CARTA DESDE OAK RIDGE (EEUU)
Benjamín A. Carreras
El ir de vacaciones en Estados Unidos normalmente implica un largo viaje en coche. Las distancias son grandes, pero las carreteras buenas, así que el coche es un medio excelente para emprender el viaje a algún punto de la costa. Esta vez fueron nueve horas prácticamente sin parar.
Después de un viaje así, se llega cansado y apetece tener una comida como Dios manda. Así que fue llegar e ir a un restaurante. Entre los primeros platos del menú estaba "sopa menorquina". Aunque solo fuera por eso, ya sabía que habíamos llegado a San Agustín en Florida.
En este país, una experiencia común es que cuando alguien te pregunta de donde eres y respondes que de Menorca, tu interlocutor te mira algo confuso, los más espabilados te hacen una cariñosa corrección, muy típica en los monolingües, "Ah! De Majorca". Pero la mayoría no tienen ni idea. Incluso, una vez aclarando que era de España, un respetado profesor universitario me dijo: "No sé mucho de geografía, España está en Europa o en América del Sur?". Por eso, llegar a San Agustín y encontrar referencias a Menorca me causa profunda alegría y para mí es la mejor bienvenida a esa parte del país.
Paseando por la parte antigua de la ciudad, las referencias a Menorca aparecen en muchas partes. Está el monumento al Padre Pedro Camps de Mercadal erigido en los jardines de la catedral y en parte subvencionado por el mecenas menorquín Don Fernando Rubió. El sacerdote Pedro Camps llegó a San Agustín en 1768 y fue el guía espiritual de la colonia menorquina durante 22 años. En el monumento a su memoria hay también una lista de los apellidos de los emigrantes menorquines de aquel año.
Pero también hay otras muchas referencias a Menorca. Hay casas de la época que han sido reconstruidas y llevan el nombre de los primeros menorquines que las ocuparon. Un ejemplo es la casa de Triay, hoy transformada en el Museo del barrio colonial español. Aquí reproduzco en la foto adjunta el cartel que hace referencia a la herencia menorquina y que se encuentra en la calle de St. George, la calle mayor de la ciudad antigua, ahora llena de tiendas para turistas y restaurantes de todo tipo. Algunos de estos restaurantes ofreciendo comida española, que a veces, de española tienen poco más que el nombre.
El pasar unos días de vacaciones en las cercanías de San Agustín ha sido una tradición nuestra desde la llegada a Estados Unidos, primero con los hijos y ahora con los nietos. En San Agustín uno encuentra recuerdos históricos únicos, como el castillo de San Marcos y el fuerte de Matanzas, no en vano es la ciudad más antigua del país, y excelentes playas. Una buena combinación cuando uno viaja con niños.
En la costa y al sur de la ciudad hay una serie de islas de barrera enlazadas por puentes. En estas islas y en su costa del Atlántico hay playas preciosas de arenas blancas y anaranjadas. Este último color es debido a la multitud de conchas que allí se encuentran y responsables de gran parte de la arena. A pesar de la abundancia de conchas, durante ese intervalo de más de treinta años en que periódicamente he visitado esa zona, he podido notar una disminución en número de especies que se encuentran.
Hace años, paseando por una de esas playas, encontré una cruz, no se si marcador de tumba o simplemente un recuerdo, dedicada a la memoria de un emigrante menorquín. No recuerdo su nombre completo, pero su apellido era Pons. Mirando al mar, como casi todos los menorquines nos gustaría pasar la eternidad.
Lo cierto es que en estas playas de San Agustín es el sitio en donde me encuentro más cerca de nuestra isla en este lejano continente.