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Xerradetes de Trepucó

Preparando mermeladas al calor de mi cocina

Entrañable fotografía del matrimonio Juan Pons e Irene Cardona, propiedad de la familia. - Foto Dolfo

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Aún hoy, no he dejado de bañarme en la charca. Si bien semanas pasadas, con el fresco de la tramontana, tan solo remojaba el pie derecho, prohibiendo meter el izquierdo en remojo. Mesquinet. El ambiente había cambiado tanto, que cambié los hábitos, el bañador por el delantal, adentrándome en cosas de la casa. Subí al porche, es de darrere donde almaceno las provisiones. Debía pasar lista en vistas al otoño e invierno.
Llegar al lugar, no fue fácil, auténtica aventura. El piso encalado en gris, evitando es traspol siempre tan sucio y polvoroso, en estas semanas se ha ido llenando de sacos y montones de almendras, patatas, habas y cebollas. Del techo cuelgan los lechos de cañas, haciendo de bandeja a higos secados al sol, es canyissos. Tomates que en invierno se convertirán en buñuelos, riquísimos, tentadores para cualquier paladar exigente. Tras ser zambullidos en la sartén, ahogados en abundante aceite hirviendo.

Se me olvidaban los melones, los mismos que nos deleitan cuando algunos creerían que no es el momento de comerlos. Si su fama se conoce acompañados de jamón serrano, los recomiendo en ensaladillas, con jugosos lomos de cerdo, adornados por ciruelas, las que cogimos del huerto y preparamos en almíbar, original y riquísimos, me lo inventé en una mañana de inspiración culinaria. Mientras dirigía mis plegarias a santa Bárbara al escuchar una guerra campal allá arriba en el cielo.

Mi inspiración no se desvaneció, continué haciendo otras composiciones, lo recuerdo perfectamente y debería escribirlo, antes de que se me olvide.

Mis carniceros, Sebastián, Rous y Carlos de sa botiga de S'Ullestrar, al pedirles un lomo, sabiendo lo exigente que soy, jamás me engañan escogiéndome una pieza, cortándola en tajadas, sin perder la compostura, tal como se encontraba antes de ser intervenido por el afilado cuchillo. Depositado sobre un trapo de cocina, limpio, se van introduciendo entre filete y filete, ciruelas del huerto, sin hueso. De no disponer las suplo por las conocidas cándidas, y tajaditas de manzana. En ocasiones, se pueden aprovechar estas piezas de fruta que a todas nos suelen quedar en el frutero, melocotones, peras. Esta especie de brazo en un perol para el horno con dos vasos de agua. Rociar la carne con un poquito de coñac, sal, un tirurilo de aceite, cubierto con un papel y al horno. Es preferible que esté caliente y en un santiamén está a punto.

La ventaja de esta receta, estriba en que se puede preparar de buena mañana, se guarda en la nevera y al llegar los invitados se introduce en el horno que estigui ben calent y entre charlas y aperitivos, a la hora de servirlo, és mel calentito, recién hecho sabiendo a gloria a los que hacían nuestras madres, ellas que tanto sabían de economía doméstica, de reciclaje, de ahorros, de llegar a fin de mes sin deudas, adquiriendo lo que les permitía según el jornal de los suyos. Para todas ellas, unámonos y recémosles, tened la convicción que allá arriba en el cielo llegan acompañadas por nuestro amor.

Dejo mis sueños y me reincorporo en el porche. Me encantaría recibir la visita de alguno de mis lectores, para enseñarle los estantes, los de marès, recién encalados donde se asoman infinidad de botes de todos los tamaños y condición. Unos provienen de aceitunas, Roselló, las mallorquinas, otros de miel de Menorca, mermeladas de la Isla. Tambien se encuentran algunos de garbanzos y judías blancas, cocidas apunto de echarles el arroz, cuando no hay tiempo disponible para cocerlos yo misma. Botellas de La Carbónica del señor Gardés, llenas de salsa de tomate. Otras de la ROP, d'en Met, con uvas anisadas.

Dispongo de mermeladas de higo, intentando suplir el característico figat. Reconozco que en este siglo se ha dejado de lado el cocer con la cantidad de azúcar que usaron nuestras madres y abuelas. Todo tal cual, pero con menos dulzor. A pesar de ser dulces, durante la cocción experimenté un amargo sinsabor: Me encontraba frente a los fogones, removiendo y volviendo a remover la espesa masa de higos debidamente troceados, cuando se fueron desparramando algunas lágrimas. Lagrimas que una siempre lleva en retaguardia por algún ser querido, en esta ocasión dedicadas a un gran amigo del mecánico de la motora y de esta servidora, el reverendo Vicente Macián, el pater. Es figat era su perdición, tanto que al confesarle que los higos eran robados, con aquel tono que lo caracterizaba, y su bondad, me decía intentando reconfortarme… No te preocupes mujer. Tranquila, hija mía. Mientras yo añadía… padre Macián, es que… los higos que voy removiendo en la cazuela son robados. A la vez que me preguntaba… ¿Robados, robados?... Bueno robados, robados, no, Vd. Sabe que sempre he estat un cul en punta para mí las paredes siempre fueron un auténtico obstáculo, ni tan siquiera quan hi ha botadors. Voy cogiendo los que puedo desde el camino. El pater, intentaba de nuevo reconfortarme con su, bueno, bueno mujer, tranquila, esto no es robar, distinto sería siabrieras barreras o entraras en alguna tanca. No, no… añadía yo… como intentando tranquilizar mi alma. A la vez que me acordaba del párroco del Carmen, don Miguel Villalonga.Qué distintos, qué diferentes en su manera de evaluar el pecado. La larga penitencia que me hizo rezar ante el sagrario por un pellizco de habas tostadas, calentitas recién sacadas del horno.

La primera vez que el doctor Santiago Borrás de Es Mercadal, al cel sia me diagnosticó un no sé qué, en mis rodillas, para los nombres de doctors soy muy mala, lo achaqué a las penitencias, del párroco, el que me había bautizado confirmado a los pocos meses de nacer, y me dio la comunión, algo tendría que ver con las rótulas.

Alguno pensará que es osadía hablar de mejunques culinarios, teniendo en la finca des Talaiot a la mejor cocinera, nuestra Agadet. Ella como amiga especial ha influido en ello. A la vez que mis admirados Antonio Bonet, todos estos años nos ha documentado hablando de higos i de figueres, buen conocedor com ningú de los productos del campo. Al igual que José Mª. Pons Muñoz, que de higos sabe la letanía, ambos en el transcurso de estos tiempos han dado a conocer cuanto todos deberíamos saber, haciéndolo de manera magistral. Felicidades a ambos.

Debo finalizar con unas líneas dedicadas a un matrimonio muy querido, no tan solo por esta servidora, estoy convencida que serán muchos los que estarán de acuerdo. Se trata de Juan Pons Tur en Nito de la Marina y su esposa Irene Cardona Ortega. Continuadores del Bar La Marina, el más antiguo de Menorca, 1885. Tres años después la isla fue visitada por un dibujante francés, Gas Vullier, en su empeño de conocer las Baleares, publicando en 1893, su libro Las Islas olvidadas, del cual se comentó que el éxito del mismo era debido a sus dibujos. Me encantaría disponer del mismo y comprobar si en sus páginas se encuentra algún rincón de La Marina, con sus trotamundos, sus contramaestres, patrones, forasteros en tránsito, gentes de mar, contrabandistas que esperaban la noche para dirigirse hacia es moll de ponent conservando su último resquicio de playas arenosas y cañaverales, que muy pronto iban a desaparecer. En la oscuridad de la noche embarcarían en sus botes, provistos de remos con rumbo al lugar acordado.
Mientras tanto, pasaba el tiempo, limpio el local de su aire exótico, sus pipas y sus cigarrillos con tabaco isleño sa pota, espacio vicioso de juegos de mesa, trucs, i retrucs, tute, set i mig y una vieja tabla de damas. Entre tanto, mis recuerdos volaban hacia el comedor un domingo cualquiera, Nito sirviendo mesas llenas de familias deseosas de comer paella, tres segundos a elegir, postre, vino, gaseosa o sifón por 520 pesetas. Mientras Irene y su madre que de fogones sabían sa lletania, iban haciendo.

Durante más de veinte años, todos los días, acudió a aquel santuario de la gastronomía casera, jamás falló, el padre Petrus. Le encantaban los fideos con ratjada,y una tajada de sirvia con patatas fritas. Otro de sus platos preferidos, el conocido por ropa vieja. Puede decirse que todo le gustaba. La sobremesa, era "sagrada" jugaba a truc con sus amigos. Cerrando el encuentro con un café, en invierno le añadía un rajolí de conyac. ( Estos mismos detalles los escribí el 9-11-2009).
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margarita.caules@gmail.com

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