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Asseguts a sa vorera

El precio real de una reforma

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Queda prohibido que nadie se congratule, se ensalce o se alegre. Espero no encontrarme, ni aunque sea por un instante, al político de turno colgándose una medalla por haber liderado la reforma sobre los desahucios, porque sencillamente lo tildaré de frívolo, hipócrita y, por qué no, de testigo pasivo del drama. Porque para que vuesa merced haya movido el dedo o el culo, dependiendo de la extremidad con la que suela acometer cualquiera de sus ideas, ha tenido que morir una persona, mujer, madre y esposa. O para que sus insensibles señorías lo comprendan, se ha apagado una vida cuyo precio, créanme, es incalculable. Pero vayamos más allá, al meollo de la cuestión, donde se parte la pana. ¿Cuál es el mensaje que se da a la sociedad?

Si resumimos la hipótesis al mínimo, para cambiar una injusticia hay que dar una vida a cambio, que alguien se ofrezca voluntario para convertirse en mártir de la causa al precio más alto que un ser humano puede pagar. Aquél con el que no te devuelven cambio. Pasará, por ejemplo, que los 'gossos de caça' (Mossos d'Esquadra) y la Policía seguirán apaleando al personal calmando las manifestaciones con jarabe de porra y aplicando la tolerancia de goma. Hasta que alguien, en lugar de correr, aguante estoicamente una lluvia de palos cuyo desenlace será fatal. Y vistas como están las cosas y el grado de sufrimiento al que están llegando los españoles y cualquier ciudadano ahogándose en este mar de crisis, el voluntario saldrá, dará un paso adelante, que no quepa duda.

Los recortes entiendo que son necesarios, como las personas de a pie que se exceden en un gasto, la paga no cuadra y deben renunciar a otros gastos, pero lo hacen a conciencia y priorizando. Alguien no dejará de gastarse el dinero en agua para poder comprar Coca Cola, ni dejará de arreglarse las gafas para adquirir un libro.

Ahora mismo, la sensación que impera entre los habitantes es que la vida ya no merece la pena, las reservas de optimismo están a la altura de las económicas, son mínimas, y con este panorama apetece arrojar la toalla. Porque los que trabajamos rellenando estas páginas suplicamos encontrar un halo de luz que poder compartir, aunque sea mínimo, pero que marque el camino de vuelta a aquello que solíamos llamar vivir.
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dgelabertpetrus@gmail.com

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