¿En qué se parecen un menorquín, un mallorquín y un ibicenco? En que los tres hacen fiesta el 1 de marzo. El Estado de las Autonomías se encuentra sometido a fuerzas centrífugas que no son nuevas pero que tampoco van a desaparecer. Crecen o decrecen con la marea histórica. En el Congreso, sede de la soberanía popular, debate sobre el Estado de la Nación, el gobierno explica mientras la oposición critica. La democracia se hace al hablar y, desgraciadamente, somos poco hábiles para entendernos y colaborar en asuntos importantes. Somos más de dar leña y criticar que de razonar o arrimar el hombro. No todos poseen el don de la oratoria, pero los aplausos entre los entusiastas colegas están asegurados de antemano. Después, cada cual nos contará el cuento a su manera.
Hemos constatado que estamos mal, que la formidable máquina del Estado tiene sus problemas y alcantarillas, y que nos quedan días de agobio e indignación por delante. Pero estamos dispuestos a resistir como las gallinas de Canal Salat, porque los ciudadanos nos lo jugamos todo en medio de este galimatías macroeconómico. Los ricos y poderosos, tienen recursos para ponerse a resguardo, aquí o en el extranjero, pero los demás estamos expuestos a todo tipo de tropelías, justificadas en aras de un futuro sin fecha ni garantías. La demagogia está subiendo como la espuma, empezando por Italia, donde el cabreo por los recortes, la ha convertido en una olla de grillos y berlusconis.
La inestabilidad crece. Incluso Pedro Almodóvar declara que la situación deplorable del PSOE, su falta de ideas, es uno de los grandes problemas de este país. Podríamos añadir las luchas internas. Las divisiones cuando se pierde. Nada cohesiona tanto como una victoria. Todos los partidos tienen quebraderos de cabeza, en mayor o menor medida. Estamos llegando al esperpento en cuanto a chapuza y descrédito popular. Micrófonos en el florero y pesadilla en la cocina para los caballos. No te puedes fiar de nadie. Paranoia. Lo saben y vigilan todo. Se ataca a las instituciones, la corrupción es plaga, los medios de comunicación sectarios y las buenas noticias, casi una rareza.
Ante la magnitud del drama, me doy un paseo (mental) por el siglo XVIII, en forma de conferencia ("Una illa desitjada", Menorca 1714) a cargo de Isabel Moll Blanes, catedrática de Historia Contemporánea de la Universitat de les Illes Balears. A veces, da mucha paz recurrir a tiempos pasados. Lo de ahora nos pone más nerviosos, porque estamos en medio del fregado, sin tener ni idea de lo que nos deparará el destino.
El contexto histórico del siglo XVIII era un lío; una partida de estratego en el tablero del mapamundi. Los gobernantes movían sus fichas y las vidas humanas eran poca cosa, con tal de conseguir los objetivos comerciales, políticos o militares que fijaban las élites. El mapa político se iba rehaciendo continuamente. Inglaterra prefirió el whisky de Malta al gin de Menorca. Fuimos deseados por nuestro puerto, cuando no se habían inventado los aviones y solo se podía navegar. El dominio de los mares representaba la máxima expresión de civilización. Claro que ahora está todo igual de complicado. ¡Cómo disfrutarán los que estudien historia dentro de cien años!
La Ilustración significó un cambio radical en las ideas y la cultura. Los imperios se fraguaban y caían, arrastrando a los hombres por los campos de batalla. Como ahora.