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Te diré cosa

Ni chicha ni limoná

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Me sumo gustoso en este espacio de opinión al interesantísimo debate que lleva abierto lustros pero que parece reverdecer en las últimas semanas y que no es otro que aquel al que se refiere Juan José Gomila en su reciente artículo, publicado en este diario: la estética menorquina.

Personalmente no podría decir que me sienta alineado en pura ortodoxia con ninguno de los equipos (conservador y progresista) que cataloga mi admirado colega. Y esto me sucede porque mientras reniego de la cebolla cuando habita una tortilla de patatas, disfruto sin embargo del sabor que deja en los guisos de ternera. De tal suerte que ni comulgo (para bien o para mal) con el bando de los conservacionistas progresistas ni con el de los progresistas conservadores. Concretamente milito en el espacio flexible que habilitan mis neuronas cuando se ponen a cavilar sobre la confusa realidad, sin querer esto decir que hallen siempre las respuestas correctas obviamente, pero sí certificando que las buscan por su cuenta y riesgo.

Desde esta ubicación personalizada certifico que me encantan todas y cada una de las cuatro torres de la Castellana en Madrid pero dudo mucho que las apreciara si las viera plantadas en Cala Pilar por poner un ejemplo seguramente exagerado. No soy pues reacio a las creaciones arquitectónicas contemporáneas. Soy más bien contrario a que se instalen en sitios presumiblemente inadecuados.

Para ilustrar mi posicionamiento sobre el tema que nos ocupa diré que mi valoración sobre la gestión que el tándem PSOE y PSM perpetraron en Menorca en un reciente pasado se podría definir con dos palabras: "ruina" y "arbitrariedad". Inopinadamente, por alguna razón que intuyo tiene más que ver con el azar que con ningún otro parámetro, el despropósito produjo además un solitario bien colateral consistente en la preservación de unos cuantos enclaves vírgenes dentro de nuestra isla. Seguramente muchos me dirán que no fue el azar sino un profundo sentimiento ecológico o nacionalista quien patrocinó estas áreas preservadas, pero a esa hipótesis contestaría yo con una pregunta: ¿Cómo es posible entonces que en ese mismo periodo y con esos mismos protagonistas en el poder se permitieran aberraciones contra natura tales como la producida en Arenal d'en Castell (hay otras muchas) dándose la circunstancia de que el alcalde responsable del enclave estuviera felizmente desposado con la mujer que sostenía entonces con mano de fierro la sartén por el mango? No recuerdo quejas entonces ni de socialistas, ni de nacionalistas, ecologistas u otros amantes del entorno.

Por otra parte mi confianza en la gestión del PP en el campo de la estética menorquina no resulta muy solida toda vez que temo que el historial de su paso por costas vecinas avale su amor por los pajaritos…(fritos). No sería pues descabellado permanecer atentos a la pantalla.

Recientemente he visitado con mi familia Omán. La zona que elegimos tenía como aeropuerto más cercano el de Dubai, de manera que pude contrastar dos modelos bien distintos. En Dubai, en materia de turismo, han optado por el brillo del mármol y los rascacielos a cual más espectacular, el shopping, los circuitos deportivos de lujo (polo, golf, automovilismo…). Tienen su público.

En Omán han apostado por el turismo sostenible. Los resorts se construyen con materiales autóctonos quedando disimulados en el paisaje; su aspecto es rústico pero de impecable calidad y la atención es exquisita: no son precisamente cutres. Se potencian los deportes de aventura, las visitas al desierto, a los arrecifes de coral, a los pueblos de pescadores y a los oasis. También tiene su público

En Menorca no se puede hacer un Dubai, entre otros motivos porque ya se han dado patadas en el culo a todos los que sabiendo cómo hacer esas cosas han pretendido establecerse aquí.

En Menorca no se puede hacer un Omán porque ya se ha quemado mucho patio.
Pero en Menorca se puede hacer una Menorca (también tiene su público) sobre todo si luchamos por defender los espacios vírgenes ; si reorientamos, remozándolo hacia el buen gusto, lo ya construido que está quedando obsoleto; si mandamos las pulseritas al exilio; si damos con una solución al transporte aéreo; si no construimos autopistas; si permitimos que se reconstruyan y habiten las boyeras poniendo como exigencia que se mantenga su esencia; si dejamos de poner zancadillas a los que intentan soterrar cables o tienen proyectos atractivos y sostenibles pero se aburren de esperar papeleos; si seguimos habilitando espacios para el peatón; si conseguimos dejar de maltratar al turismo náutico con amarres abusivos; si seguimos mejorando la red de caminos, incluido el de Cavalls; si apostamos por la belleza natural y el patrimonio histórico y no vertemos mercurio al mar; si buscamos la excelencia… Todo menos dirigirnos ciegamente al stand de "ni chicha, ni limoná" en la que siempre parecemos estar a punto de caer.

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