No se ha cumplido un mes desde que dediqué este espacio al duro trabajo de las lavanderas y amén de intentar hacer una recopilación com Déu mana, escribí lo que para mí representaba un dato fundamental, a pesar del frío, del calor o de infinidad de inclemencias siempre cantaban, también al fregar los suelos, los platos, al preparar la comida, y en cada momento de sus vidas. Otro tanto sucedía con los varones, se acompañaban con bellas canciones a la hora de faenar, en todas sus vertientes, fábricas, sentados frente a la banqueta, mentres munyien etc. Sin olvidar su manera tan peculiar de cortejar a la que pretendían, con sus romanzas, fandangos o rancheras, feien estragos a s'hora d'enamorar-les.
Una de las peculiaridades que sorprendía a cuantos llegaban por vez primera a la Isla, era el llamémosle gran movimiento musical con que se encontraban. Aquí cantaban todos, abuelos, tías casadas, ses fadrines, jóvenes, niños sin discriminación de sexo ni edad.
Mahón y con ella el resto de ciudades menorquinas era un clamor, llamando la atención a foráneos y forasteros, al paso pes carrer, escuchando voces que incluso en muchos teatros españoles no las disponían tan hermosas. Que conste que no exagero.
Gracias a los estudiosos hoy se sabe de importantes músicos, que dejaron libretos que nos honran, reconocidas voces, actores y con ellos cuanto perteneciera al mundo del espectáculo. La cultura teatral en todas sus vertientes siempre ha estado presente.
En el número 40 de la bibliografía de Hernández Sanz, se puede leer que en el año 1817 Juan Bellot presentó una solicitud al gobernador de Menorca, para poder realizar treinta representaciones de ópera italiana en el teatro de nuestra ciudad. Continúa diciendo Hernández Sanz, que el maestro Bellot había sido nombrado maestro de la capilla a la vez que organista de Santa María, también estudió música en Nápoles gracias a una beca que se le otorgó, llegó a pasar diez años, con la particularidad que al desembarcar del navío de regreso al puerto mahonés, lo hizo con una señora impresionante, tiple luciendo un sombrero como jamás se había visto. Probablemente lo que más los asombró entre cuantos lo habían ido a esperar, debió ser al observar que vestía como un hombre de la calle. Un chasco, se le esperaba con el hábito de capellà. Por lo visto el ambiente italiano, el mundo del teatro y la tiple, le disuadieron de lo que había sido el motivo de su estancia, lo que motivó infinidad de habladurías.
Es tan amplia la historia musical, que me veo obligada a dejarla para otra ocasión. No es preciso recordar una vez más que nuestro Teatro Principal inaugurado en 1829 se estrenó mucho antes que el Liceo barcelonés y el Teatro Real de Madrid. Quedando arraigada aquella cultura del "bel canto", gracias a las compañías italianas que quedaban a residir de cinco a seis meses, dando vida a Mahón y sus habitantes. Era tal el entusiasmo y el clamor que se aprendían la música y la letra en un santiamén. De ello nos han ido hablando nuestros mayores, a la vez que sin ser artistas les hemos escuchado desgranar preciosas y sentidas letras.
Heredero de todo ello fue El Orfeón Mahonés fundado en 1890. Los de mi época, lo recordamos detrás de Santa María ofreciendo a su público zarzuelas, galas líricas y obras teatrales entre otras muchas representaciones.
Cuando me disponía a dedicar unas líneas a uno de aquellos orfeonistas, Rafael Truyol Triay, me he dado cuenta de que desconocía cómo nació la zarzuela. Gracias a uno de estos tomos de enciclopedia, me entero que nació en el siglo XVII en el pabellón de caza del Palacio de la Zarzuela (llamado así por el gran número de zarzas que lo rodeaban) en la época de Felipe IV. Gran amante del teatro, este monarca era aficionado a los espectáculos musicales cargados de efectos; así gustaba de celebrar representaciones nocturnas, fiestas cortesanas, con música. No fue hasta la mitad del siglo XVIII que las tonadillas formaban parte de las grandes piezas teatrales, comedias, óperas, tragedias o zarzuelas.
Es fácil imaginar la afición a este tipo de saraos, no habían inventado lo que tanta repercusión alcanzaría como las pantallas de cine, ni gramófonos, ni res de res. Las familias se entretenían improvisando canciones que cantaban sin perder estrofa ni letra, las sabían todas de cabo a rabo. A través de la cantidad de militares que aquí llegaban destinados, conocían las últimas novedades musicales.
He de suponer que Rafael Truyol Triay al igual que otros niños debió participar en el coro de la iglesia de San Francisco de nuestra ciudad, de donde fue monaguillo. De ahí que siendo un jovenet, siguiendo la costumbre de muchos mahoneses, acudía al Orfeón, sencillamente en calidad de espectador. Le atraía tanto el canto que se formaba escuchando cómo iban ensayando los artistas y el coro, aprendiéndose de carretilla las letras de zarzuelas y demás composiciones, hasta que algún componente le invitó a subir al escenario, siendo el maestro Juan Tudurí, quien al escuchar su voz media entre la de tenor y la de bajo, opinó que sin duda alguna quedaba encuadrado como barítono, tal como demostró a lo largo de su carrera de canto.
No bastaba tener buena voz, debía educarla, lo que le llevó a recibir clases de canto de don José Cardona Mercadal. Me lo imagino en su salita de la calle de San Fernando, el señor Cardona con su sabiduría musical, su paciencia le debió guiar por el camino de las notas del pentagrama, hasta que un buen día Rafael Truyol despuntó en el escenario del Orfeón y más tarde lo hacía en nuestro primer Coliseo en el personaje de Pablo de la zarzuela "Aires de Mar" de Román Parpal (obra de la que di amplia cuenta con toda clase de detalles, al escribir su biografía).
Para los que fueron y continúan en ello como entendidos, su gran día fue el 30 de marzo de 1952 cuando con 24 años era presentado al público en el papel de Rafael de "La Dolorosa", zarzuela en un acto, dividida en cuatro cuadros, letra de J. Lorente música del maestro Serrano.
El reparto estuvo compuesto por Juanita Tudurí en Dolores; Nicasia, Plácida Pons; Juana, Isabel Cardona; Prior, Juan Carreras; Perico, Antonio Gelabert; José, Lorenzo Sintes; Tío Bienvenido, Mauricio Barber; Padre Lucas, Sebastián Cardona; La rondalla orfeonista. Apuntador J. Sitges, bajo la dirección del maestro Tudurí.
Según el libro "El Orfeón Mahones y sus cien años de historia" recopilado por mi siempre querido y admirado maestro Deseado Mercadal, he podido encontrar entre su páginas que Rafael Truyol actuó por primera vez con papel propio el 30-4-1950 en "La Alsaciana"; un mes más tarde en el Homenaje del Cuadro lírico, en noviembre del 52 con "El Dúo de la Africana", le seguirían "Los Gavilanes", "La Dolorosa", "LaGaleota", "La del Soto del Parral", "La Montería", "La Tempestad", "Bohemios", "Molinos de viento" entre otras. Pisando el escenario por última vez en 1958. Diez años más tarde reapreció de nuevo con su extraordinaria voz de barítono en "La alegría de la huerta".
Participó el 10-12-72 para honrar las bodas de oro de la Unión Deportiva Mahón. En 1975, interpretó el papel de Juan de "La Tabernera del puerto". Cinco años antes el público mahonés aplaudió su actuación en "El tresor d'Albranca".
Truyol, al igual que el elenco masculino y femenino orfeonistico, siempre participó en conciertos y festivales, a beneficio de la entidad, o de cualquier orden benéfico, su talante le llevaba a ello.
Estando jubilado tuvo la ocasión de adquirir seis paracaídas de la Segunda Guerra Mundial que donó a su querido Orfeón siendo colgados en la sala provisional de lo que sería el nuevo teatro en la calle Virgen de Gracia, hasta que por fin se pudo realizar la obra.
Otro logro, del barítono a beneficio del Orfeón fue la adquisición a muy buen precio del piano que durante medio siglo presidió el cabaret Es Trocadero en Mahón.
Sirvan estas líneas para honrar a uno más de los muchos hombres y mujeres que han hecho patria a través del canto, demostrando su gran amor y desinterés en bien de algo tan nuestro como es el Orfeón Mahonés.
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