Leo con interés y curiosidad la voluminosa ponencia anual de la Sociedad Española de Oftalmología que este año versa sobre "Estado actual del tratamiento del Estrabismo". Y durante su lectura me parece viajar por el túnel del tiempo hacia épocas de cirugía ocular artesanal, lejos de las protocolizadas técnicas actuales en otras disciplinas de la especialidad. Lo que quiero decir para plantear este artículo de divulgación es que el tratamiento médico-quirúrgico del estrabismo ha variado muy poco desde los años ochenta del pasado siglo, cuando se introdujo la llamada "operación del hilo", de la que tuvimos amplia experiencia en el hospital Monte Toro. Lo único que no ha cambiado es que el dictamen evangélico del "muchos son los llamados y pocos los escogidos", es decir, que muchos, no necesariamente médicos, dan consejos, pero siguen siendo pocos los oftalmólogos con preparación estrabológica.
Y puede resultar sorprendente cuando en los demás campos de la oftalmología el salto, en los últimos veinte años, ha sido espectacular, especialmente en el de la cirugía más frecuente, la de las cataratas, hoy infinitamente más segura que cuando nos la jugábamos a cielo abierto, o en el de la cirugía retino vítrea, hoy con logros impensables en tiempos "heroicos". De hecho me dan envidia retrospectiva los cirujanos de hoy que se evitan muchos malos, pésimos ratos, por los que tuvimos que pasar en épocas de transición, cuando a fuerza de innovaciones se nos iban cayendo las técnicas que, con sangre, sudor y lágrimas, habíamos aprendido de nuestros maestros.
Me resulta gratificante que jóvenes padres a los que intervenimos hace treinta o más años de su "bizquera" acudan ahora a la consulta con sus retoños, afectados por el mismo problema (en el estrabismo suele haber un claro condicionante familiar) y se sonríen resignadamente al revivir el mismo proceso (otros menos crédulos se irán a algún especialista "más moderno" que "con algún láser" etcétera…), porque la verdad es que tratamos a los estrabismos prácticamente de la misma manera, como corrobora la Ponencia de este año, con gafas primero, oclusiones o penalizaciones ópticas ( cristal más fuerte o más flojo, combinado con gotas ciclopléjicas) si hay o se sospecha ojo vago y cirugía finalmente si con esos pasos previos no se consigue cierto paralelismo ocular (la perfección es difícil también en el quirófano: en estrabismos suele ser mejor quedarse cortos en la dosificación que pasarse).
El estrabismo, ayer y hoy, exige un tratamiento médico temprano (al año en los estrabismos congénitos, alrededor de los dos y medio tres los adquiridos), complejo (no es fácil convencer a los padres de que su retoño tiene que llevar unas gafas gruesas con las que no siempre verá mejor, o de que tienen que imponerse a un niño que no aceptará de buen grado que le tapen su ojo bueno), largo y con resultados inciertos. Todo lo contrario de lo que exige hoy la sociedad del "turboconsumismo", más proclive a las soluciones rápidas, eficaces y seguras, precisamente lo que no puede ofrecer la Estrabología, de ahí también su escaso predicamento entre las jóvenes generaciones de oftalmólogos, escasamente predispuestas a lo escasamente tecnificado/ protocolizado.
Porque, a fuer de ser claros, hay que insistir que la cirugía del estrabismo sigue siendo artesanal y, por tanto, está escasamente sistematizada y depende muy mucho de la experiencia de cada cirujano en la dosificación de su técnica quirúrgica. Nada que ver con la seguridad y predictibilidad de otras operaciones oculares: en el estrabismo nunca sabemos si va a ser suficiente con una intervención… ni con dos. Y seguimos necesitando la anestesia general, incluso para explorar a niños muy pequeños o indóciles, seguimos dando "puntos" y los ojos intervenidos saldrán del quirófano más o menos rojos y dolorosos como en las épocas "jurásicas". Así son las cosas si no se quiere faltar a la verdad, al contrario que en la cirugía refractiva en que la predictibilidad y la "limpieza" son altas si se seleccionan bien los casos, en el estrabismo no se puede prometer el oro y el incienso terapéutico (quizá sólo "la mirra" de que "quedará mejor que antes").
Tampoco hay consenso sobre la mejor edad para operar. Los americanos, siempre expeditivos, prefieren la cirugía precoz, a los pocos meses, mientras en general los europeos preferimos una cirugía más diferida, después de gafas y oclusiones (a los tres años los congénitos, a los cuatro o cinco los adquiridos y más tarde aún los estrabismos divergentes). En lo que sí estamos de acuerdo todos cuantos nos dedicamos al estrabismo es en la importancia decisiva de un control médico precoz, especialmente si hay antecedentes familiares de estrabismo u ojo vago, exámenes frecuentes con gotas dilatadoras, y ojo con los cantos de sirena de tratamientos "alternativos", rebajas demagógicas de dioptrías (¡Oh, qué gafas tan fuertes le han puesto al niño, pobrecito!) y ejercicios más o menos mágicos, porque pueden ser contraproducentes, al igual que las oclusiones incorrectamente pautadas ( por ejemplo convertir un estrabismo divergente intermitente en constante, menuda gracia). Los niños siempre deben ir al médico especialista cuando se sospechen anomalías visuales.
Paciencia, fe en el médico elegido, esperanza en el tratamiento, aunque parezca "antiguo", complicidad entre especialista y padres, no desfallecer (puede tener consecuencias terribles para la visión del niño abandonar un tratamiento difícil e incómodo pero bien encaminado) y una dosis de resignación si las cosas no salen finalmente perfectas, paraíso que sólo llegará, seguramente en este siglo, cuando los estrabismos se operen en el cerebro y no en los ojos. Pero por ahora eso es ciencia ficción.