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Contigo mismo

La caricia

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Dicen -y no se equivocan- que la sombra de las posguerras y de las dictaduras es (parafraseando a Delibes) alargada. Pero nunca apacible. Tú las viviste, aunque la primera de forma tardía. Y, hoy, te das cuenta de que tu generación sufrió, en carne viva, dos efectos demoledores de esas etapas históricas tristísimas: por una parte, la obsesión, casi enfermiza, por proporcionar a vuestros hijos todos aquellos bienes materiales de los que os visteis privados por mor a las penurias de un país en plena reconstrucción y, por otra, el temor (tras el hartazgo de tanta censura, de tanto control, de tanto corsé) a prohibir… Sin embargo, no caísteis en la cuenta de que (y en frase recogida de una conocida serie televisiva americana), probablemente por darles a vuestros hijos lo que no tuvisteis (cosas, comodidades), dejasteis de darles lo que sí tuvisteis (el tiempo que os dedicaron vuestros padres). Tiempo para decirles, por ejemplo, ahora, a vuestros hijos, sí, en torno a una mesa, que es mejor un amigo de carne y hueso, que uno virtual; que no hay que quemar etapas existenciales a destiempo, precipitadamente; que el sexo no es un juego; que no hay necesidad alguna de asistir a una escuela o instituto con un móvil de última generación, que estarán ahí bien atendidos; que el patio o el descanso en los centros se pensó para la interrelación personal y no para darle al dedo sobre un teclado en la soledad de un rincón o en compañía de algunos pocos colegas en un gueto virtual; que hay vida más allá de su "Iphone"; que se puede sobrevivir siete horas sin su artilugio adictivo…

No sabes si un padre dejaría solos a sus hijos con un extraño... Y lo hacéis cuando ese extraño se llama "Internet"… Le abrís las puertas de vuestro domicilio sin cuestionaros, tan siquiera, qué lleva en la maleta o qué productos mostrará a vuestros hijos o en qué mundos los introducirá…

Y cuando esa irresponsabilidad, probablemente cómoda, se une al complejo del "prohibido prohibir", la combinación pasa a ser ya letal. Tal vez haya llegado el momento, pues, de rescatar el vocablo "no" y de pronunciarlo cuando vuestro hijo/a os pida un móvil que en absoluto necesita; o cuando os suplique un ordenador para su uso particular; o cuando os exija un aparato de televisión para su dormitorio; o cuando, a destiempo, os ruegue más tiempo en las noches sin control…

Nadie dijo, después de todo, que ser padre/madre fuera fácil… Nadie dijo que no implicara valentía… Nadie dijo que no fuera requisito indispensable saber aguantar el chaparrón de algunas frases hechas ("todo el mundo lo hace, todo el mundo lo tiene, todo el mundo…" o "voy a ser el único, el raro"…) Como nadie dijo, tampoco, que no tuvierais que aguantar el silencio de vuestros hijos a modo de castigo ante una negativa…

Y aunque la posguerra y la dictadura concluyeron (salvo para algunos que permanecen en ambas trincheras haciendo de la visceralidad y el resentimiento nueva munición), seguís sintiendo sus efectos: el terror a la prohibición y el hambre de saciar, a quienes concebisteis, en la felicidad, igualmente virtual, de las cosas, pero únicamente de las cosas…

Hoy sería un buen día para desprenderse, visto lo acaecido últimamente, de esos "tics" y darles, finalmente, a vuestros hijos, lo que vosotros sí tuvisteis: el tiempo que os dedicaron vuestros padres y sus valores, en la seguridad de que, con el paso de los años, comprenderán que aquel "no" en el que, pese a todo, os empecinasteis fue, sin duda, un acto de amor y la mejor de las caricias…

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