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Te diré cosa

Tirso y José Luis

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Con pocas horas de distancia fallecieron dos hombres buenos que contaban con mi respeto y admiración: José Luis Sampedro y Tirso Pons.

Me pregunto por qué esta clase de personas (compartían más rasgos) escasean tanto.

Seres bondadosos hay muchos, no cabe duda, pero es mucho más difícil encontrar individuos que a la bondad sumen – y voy a mencionar atributos recogidos entre los comentarios de mis amigos en Facebook – la inteligencia, la tolerancia, la educación, la cultura, la humildad, el humanismo, la talla, el talento, el talante, la avidez por conocer ("sus ojos eran dos galletas de asombro, ávidos ojos de niño", ha escrito con enorme lucidez y lirismo en su muro un amigo refiriéndose a Sampedro), la cordialidad…

Hay en efecto gran número de mentes inteligentes que lamentablemente usan su talento para enredar al personal y aprovecharse de él; existen tolerantes que no adquieren ningún compromiso; abundan personas educadas que esconden tras sus modales una frialdad insondable; no escasean otros sobradamente cultos que fantasmean sin tregua impartiendo con desdén su doctrina mientras mantienen las fosas nasales en dilatación permanente; también existen humildes que nada aportan y hay incluso raros ejemplos de humanistas que no dan la talla. También tenemos noticia de talentosos que no dan pie con bola y eméritos con talante pero que sufren el mal endémico de la estulticia. Sobre la ilusión en la infancia y la cordialidad nada referiré, pues de esas dos actitudes (la niñez es quizás también una actitud) solo conozco bondades.

El hecho cierto de que no todos los políticos debieran avergonzarse de serlo, como reivindica justamente Aurora Herráiz en uno de sus escritos, queda ilustrado claramente en la trayectoria de Tirso Pons, pues durante su mandato público dedicó sus conocimientos y su esfuerzo a realizar con honestidad la labor que tenía encomendada, que no era otra que trabajar por mejorar las condiciones de su pueblo. Lamentablemente, esta actitud contrasta dramáticamente en el fondo y en la forma con el mensaje que nos transmiten cada día en los telediarios esa pandilla de soberbios incapaces (repartidos equitativamente, eso sí, por todo el arco parlamentario) ,cuando se asoman a nuestras vidas solo para explicarnos que nosotros no entendemos nada, que les dejemos a ellos, que ellos saben lo que se hacen, mientras con la mano de arrimar el ascua se afanan en dar puntadas al patchwork de embustes con que confeccionan la gran manta donde esconder sus vergüenzas. Ya te echábamos de menos cuando dejaste el Consell, Tirso, ahora te echarán de menos además los que tenían la suerte de formar parte de tu círculo de amigos y tu familia. Desde estas líneas te envío un cariñoso abrazo.

Y a ti, Sampedro te confieso que no he leído tus novelas (remediaré eso sin faltar), pero me ha bastado seguir tu pensamiento a través de reportajes, artículos y entrevistas para saber que eras una persona sabia, y que conociendo los entresijos de la vida supiste como conducir la tuya por la senda justa, y que conociendo los entresijos de la economía no tragaste con la letanía oficial de que las cosas son como son porque no pueden ser de otra manera. Sabías que hay otra manera y la defendiste. Creo que los demás también saben que existe una alternativa, pero les resulta inconveniente para sus intereses y simplemente la niegan, a la manera en que los políticos niegan sus apaños, con la convicción de que negando con la suficiente vehemencia, las manchas de grasa desaparecen, o cuando menos de la que al pueblo llano (al que suponen lo suficientemente imbécil) les pasarán desapercibidas.

Ignoro si os conocisteis en vida, pero doy por cierto que de haber sucedido así habríais hecho buenas migas. Si nuestra sociedad contara con una masa crítica de individuos de vuestra talla se podría reconstruir el imperio del sentido común que se esfumó víctima del triunfo de las antípodas de vuestro perfil: la ignorancia, la pusilanimidad, la mediocridad, la descortesía, la avaricia, la picaresca, la incompetencia, la soberbia, la intolerancia y por encima de todas ellas, la idiotez.

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