Nuestra capacidad de destrucción está fuera de toda duda. Somos de lo más mortífero que hay. No hace falta poner ejemplos. Podemos llegar a destruirlo todo, empezando por nosotros mismos…y acabando por el ecosistema. Se hizo popular la expresión de Thomas Hobbes, allá por el siglo XVII, "el hombre es un lobo para el hombre", para visualizar el instinto depredador y homicida que solo el monopolio de la violencia, por parte del Estado, puede llegar a contrarrestar o reprimir. En la mayoría de sociedades, los vacíos de poder suelen llenarse pronto con cadáveres.
Por eso, al leer en la revista XLSemanal, una carta de los lectores, titulada: "En defensa del lobo", quedé desconcertado. Su autora, Elena Fernández Argüeso, a quien no tengo el gusto de conocer, demuestra conciencia y sensibilidad ecológica, al protestar por la mala imagen que se suele transmitir de esos animales.
Cuenta que el lobo ibérico, que hoy podemos encontrar en el Parque Nacional de los Picos de Europa, vive diezmado y protegido, por estar en serio peligro de extinción. El lobo actual ya no se fía ni de Caperucita. Un hombre siempre será un hombre para el lobo: un cazador con armas sofisticadas, crueldad insaciable, y más astucia o perseverancia letal que cualquier otro depredador conocido. Suele cazar en grupo y alardea después de sus presas y proezas, para obtener un mayor reconocimiento social. La causa de tal conducta, viene determinada por los genes y costumbres ancestrales, que nos permitieron sobrevivir y evolucionar como especie, prácticamente desde los albores de la humanidad.
¡Que viene el lobo!, ¡El lobo feroz!…nos han querido hacer creer que hay un bicho más peligroso que nosotros. Pero pintarnos como seres angelicales, sería pecar de optimistas. Más de una vez, hemos perdido dos de los hitos fundamentales de la evolución humana: la bipedestación y el lenguaje, por una simple borrachera.
El hecho de ser conscientes de lo anterior, no significa que debamos ignorar lo que es igual de evidente, esperanzador y positivo. Y es que somos solidarios por naturaleza.
Por eso nos ayudamos unos a otros, colaboramos, cooperamos, formamos familias, grupos de amigos, asociaciones; nos identificamos con los que hablan un mismo idioma, y nos unimos para perseguir juntos un montón de objetivos loables, arriesgados y altruistas.
Los medios de comunicación resaltan las excepciones a la regla. Es más noticia que un hombre muerda a un perro (o a un lobo) que viceversa. Nos escandaliza aquello que va en contra de lo que somos. Perversiones y especímenes fallidos, no pueden ser la vara de medir a nuestra especie. Lo normal seguirá siento ayudar al prójimo, colaborar y convivir civilizadamente. La historia resultaría incomprensible si eliminásemos de la ecuación: el amor, la bondad, la honradez y la protección mutua.
La expresión original de Plauto, en su obra "Asinaria" o "Comedia de los asnos", era esta: "Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro". Y la última parte de la frase, es la que le confiere todo el sentido.