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Sin flash

Un caso surrealista

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Era muy aficionado a las novelas de crimen y misterio. Tal vez por eso, convivía con la gata "Christie", miraba con lupa todo lo que comía y era rápido como una centella buscando culpables o siguiendo pistas de suciedad por toda la casa.

En seguida se interesó por aquella extraña ola de asesinatos. Esta vez, habían matado a la gallina de los huevos de oro, pero todo empezó con el conejillo de indias, al que siguieron la ostra de la perla, el elefante de colmillos de marfil y la foca de piel de foca…nadie tenía ni idea, de quién podía estar detrás de aquellos crímenes execrables, aunque el móvil bien podía haber sido el robo con violencia.

La policía consiguió, por fin, tras algunas pesquisas, detener a un sospechoso. Era un indigente extranjero, que pasaba por allí sin coartada, pena ni gloria, oficio ni beneficio, y que empezó a titubear y contradecirse desde sus primeras declaraciones. No dominaba el idioma, lo cual, en aquel lugar tan culto, fue considerado un agravante. Tras los interrogatorios y la acusación formal de la Fiscalía, el caso saltó rápidamente a las primeras planas de todos los periódicos. La gente se indignó tanto con el presunto, que se formó un griterío ensordecedor reclamando justicia o venganza; se tomó partido contra el reo en las principales redes sociales; y parecía que el caso pronto quedaría resuelto.

La acusación tenía que actuar con rapidez, ya que el paso del tiempo podía ir disipando todas las huellas (como siempre). Los huevos dorados serían vendidos al mejor postor, en algún oscuro tugurio del mercado negro. Se habían convertido en un valor refugio frente a las incertidumbres de la bolsa, donde aquellos que invirtieron en valores humanos, contemplaban acongojados cómo se iban depreciando rápidamente sus acciones.

El gallinero estaba alborotado (era una gallina muy querida) y la multitud se congregó frente a las puertas del Juzgado, increpando al acusado y vociferando contra el gobierno que, en última instancia, es el culpable de todo. El hombre iba fuertemente escoltado y cariacontecido. No parecía muy seguro de sí mismo...y todavía menos de los demás.

Mientras esto ocurría, el asesino múltiple estaba en su casa, sentado tranquilamente, con los huevos (de la gallina) a buen recaudo y una cínica sonrisa en los labios. Persona ambiciosa, fría, calculadora, sin escrúpulos, su única finalidad era enriquecerse a toda costa, incluso si tenía que dejar algunos cadáveres desperdigados por el camino.

Se sentía seguro y confiado, pues nadie podía relacionarlo con los crímenes, ni sospechar de él como autor material de los mismos. Era considerado un ciudadano modélico, integrado, socialmente ejemplar de cara a la galería. Cumplía con sus obligaciones fiscales, no tenía antecedentes penales y podía hacer gala de un brillante expediente académico. Era el clásico asesino en serie.

Se quedó de piedra cuando recibió la citación del Juzgado. Por un momento, repasó todos sus movimientos, por si había cometido algún error o dejado algún cabo suelto en el lugar de los hechos. Respiró aliviado, cuando vio que le había tocado ser miembro del jurado popular que iba a emitir un veredicto de inocencia o culpabilidad en aquel caso...

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