En uno de los episodios de Ángeles Caso, para esta servidora la más grande, dejando el segundo puesto a Corín Tellado, y lo digo así, tranquilamente sin ruborizarme para nada, no hay porque escribir falsedades para demostrar a los lectores de que una ha nacido entre mullidos matalassos. ¿Acaso no era literatura? Que quieren que les cuente para quedar bien como una ilustrada, con catorce años leyendo a escondidas las novelas que mi madre al cel sia alquilaba todas las semanas a Pedro Fiol, la librería cultural más grande y auténtica de cuantas se encontraban en aquel Mahón de la posguerra. Santuario del papel escrito, nuevo y de segunda mano, para comprar o simplemente donde se encontraban los libros más rebuscados, de todas las clases y géneros, novelas para todos los gustos y toda la familia. Las revista "Semana", "Hola", "El hogar y la moda", el TBO, con la sección de la familia Ulises ilustrada y escrita con tanta gracia por el ciudadelano Benejam, un artista del dibujo que llegué a conocer. "El Mundo", el "Blanco y negro" y el "ABC", "La Codorniz", el "DDT" y "Pulgarcito".
Los románticos cuentos de hadas Azucena, etc.
El establecimiento de Pedro Fiol se encontraba frente a la Pescadería, cuando ésta era verdaderamente una pescadería com Déu mana, acogiendo el pescado de nuestros pescadores junto a los de Fornells. Nada de congelados, ni se conocían, pero sí los que llevaban infinitas horas muertos, más que los propios fallecidos de ses portes verdes.
Hago un punto y aparte para aclarar lo de más muertos, después de muchas horas entre hielos en la trastienda, sus ojos mortales no negaban para nada que estaban para echar a la basura, los revendedores, erre que erre, los conservaban, ofreciéndolos más baratos a partir de la una, en atención a las familias humildes, confundiéndose con senyors de lloc, que lo único que poseían, heredado de sus mayores, era una casa predial con sus terrenos, pero sus cuentas bancarias estaban cero bajo cero y la 'ancolla' también.
Y me remito a mi escritora Ángeles Caso, que escribió:
"Los dioses han alzado sus copas de hidromiel y Poseidón ha enviado su séquito de delfines que, venturosos escoltan mi barco como el de una reina antigua…¡ Mi barco!".
Al leer estos maravillosos párrafos, me acordé de aquella vez, la primera que di la vuelta a la Isla. Del encanto de las noches y del navegar de día, bajo un sol abrasador. De los baños de mar, sin precisar prenda alguna, disfrutando del yodo y los beneficios de las algas. De las entradas en recoletas calas desiertas, eran los años dorados, tan solo pululaban las barcas de menorquines, los mismos que habían aprendido a navegar de sus padres y éstos de sus mayores, los que verdaderamente voltaven s'illa al rem. Esto sí que debió llamarse navegar, entre ellos los Ferrer Aledo, los Félix, Comellas, Forbis , Taltavull, Caules, Regina, Llabrés…
Aclarar que no intentare jamás apropiarme de sabiduría de llinatges, para ello los menorquines disponemos del mejor archivo, Antonio Guasch Bosch, amén de internet donde se encuentra todo, no hay para que vanagloriarse de nada. Las nuevas tecnologías superan la sabiduría humana.
No se daba la vuelta a la Isla al tum-tum. La cosa empezaba en abril y mayo, con la puesta a punto de tirar es bot a la mar, repasando el motor, los bajos pintándola toda ella después de rascada, secándose con el tiempo preciso hasta el momento que se tiraba a la mar. Todo un ritual. Incluso en ocasiones todo ello podía hacerse por Pascua si ésta coincidía con buen tiempo. Si aquell any queia endevant.
Choca escuchar a los modernos, que dan la vuelta a la Isla. Lo primero que embarcan son maletas de ropa adecuada para ir a comer a los mejores restaurantes que se van encontrando en el litoral. Zapatos que no desentonen, el neceser repleto de rulos, rizadores, cremas, abalorios para lucir con cada uno de sus atavíos, caprichosos e insinuantes camisones, por si topan con la luna llena, "només els hi falta ronya per gratar". Sin faltar una cartera repleta de dinero y tarjetas de plástico, las mismas que producen tantos sufrimientos y desavenencias. Si nuestros mayores lo vieran rápidamente se volverían a ultratumba.
Nada de todo esto era preciso para aquellos descubridores de la segunda isla balear. Salían del puerto de Mahón, con lo puesto y ni toalla, "quatre padaçosts" para limpiarse las manos si venía al caso, y paren de contar. Una 'beca', las alpargatas, las de siempre. Una garrafa de combustible, la de vino de casa Ferré, y otra de agua que irían llenando a medida que iban encontrando diferentes fuentes.
Volantins, ostieras, un par de redes, un gambí, varias fluixes, anzuelos de diferentes tamaños, fil de cuca, cuchillos, una cazuela de barro, una sartén, una olla. Varios panes de payes, de los que después de dos semanas de estar hechos conservaban su sabor sin ponerse duros. Para freír el pescado no precisaban de harina, al ser recién cogido nada mejor que freírlo en aceite, resultando delicioso.
Lo que sí llevaban era una canasta con patatas, cebollas, pimientos, perejil, ajos y tomates, todo esto en pequeña cantidad, ya que, al paso, se acercaban a la finca más próxima, adquiriendo cuanto precisaban, incluida la leche que tomaban por la mañana, si es que disponían de ella. No me olvido del aceite, azúcar y sal y de una latita que Gori siempre mantuvo como recuerdo, en la que se leía The Liptons, llena de café, obsequio de una de las esposas de la comitiva de aquella vez que fue como otros tantos años el mecánico de la motora. Isabel Bosch, esposa de Ernesto Félix que vivía en la casa medianera a la del párroco del Carmen, tuvo el detalle de ponerlo en la cesta de su marido antes de partir.
Podría escribir mucho más de lo que fue la delicia de aquellos amantes del mar, principalmente en julio, mes por excelencia. Me limitaré a hacer un pequeño recorrido por las fuentes que les abastecían.
Al quitar amarras i subir 'es mort' , cruzaban a la ladera norte en la Nou Piña, donde se encontraba Sa font de ferro, que llegado el final de aquel mes ya dejaba de existir hasta el invierno. "Es rajolí era molt pobre". De no llevar caudal, se paraban en Cala Figuera, que al hacer la fábrica de tejidos subieron el suelo y la desgraciaron, pero, manco, manco, siempre se podía contar con ella. Una de las embarcaciones participantes, si no recuerdo mal, la de don Juan Gomila Borrás, todos ellos al cel sien, le encantaba la de Calasfonts, pero de ser en momento de pleamar, se confundía con ésta, i adiós Catalina, ja l'han fotuda. Haciendo una parada en la Cala San Esteban, allí no era una fuente, debían sacarla del pozo de uno de sus vecinos, "l'avi Jaume", que gustoso los invitaba a un vasito de vino blanco. Todos con el mismo, confundiéndose sus babas, el buen hombre no disponía de más. Las cosas no iban tan remiradas.
Continuaban rumbo a Calascoves, para hacer lo propio en Cala en Porter hasta llegar a las playas de Son Bou, con su río del mismo nombre donde se bañaban en agua dulce.
Otro punto de referencia que siempre escuché era Trebalúger y Cala Galdana, a lo que Gori añadía que, según su padre Jaime Caules Taltavull, es Saguer, que de muy niño quan era al·lot de barca y vivía en Fornells, de haber llegado hasta la cala con intenciones de coger agua, eran mal mirados ya que el agua de aquel lugar hacía las funciones de motor a dos molinos harineros.
Ignoro los que debe haber en la costa norte, los tengo anotados en otro lugar, son parte de mi historia particular a la que podría titular, Coses d'en Gori de sa motora a sa seva filla. Y que valen un Perú.
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