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Contigo mismo

La cena del idiota

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No te refieres a la obra de Veber -lo sabes-. En la cena únicamente hubo un idiota: tú. ¿El restaurante? Cocina de diseño. Canelones, de primero. El mâitre no entendía de gramática. Desconocía el número de los sustantivos. ¿Canelones? ¡Uno! Rodeado, eso sí - ¡reconócelo!- por vistosas pinceladas picassianas de insípidas salsas. ¿El segundo? ¿Lo hubo? -te preguntas ahora-. Y dudas, porque recuerdas exclusivamente una ramita de perejil. ¿Y el tocinito de cielo? ¡En el cielo! En el plato, no... Pensaste que aquella cocina, más que de diseño, debería denominarse la "Faim cuisine."

Decidiste animarte. Lo importante no era el yantar, sino la compañía: dos matrimonios con los que llevabas años sin verte. El primer saludo se quebró porque un "Iphone" hizo de las suyas. El segundo, pues eso, otro tanto: una de las mujeres navegaba... El tercero... ¡Habías desistido! Sentados ya en la mesa, aguardando el plural que se convirtió en singular, intentaste quebrar el hielo. Y hablaste del tiempo. ¡Craso error! El marido uno se precipitó sobre su tablet y, entusiasmado, exclamó: "21 grados..." "Aquí" -agregó-. "¿Quieres saber qué temperatura hay en Corfou?" Teniendo en cuenta que nadie pensaba ir a Corfou te preguntaste por qué te habría de importar la temperatura de Corfou. "¿Has estado en Corfou?" -te increpó la esposa dos-. Segundo error. Tu respuesta fue negativa. "Es un edén" -exclamó-. Y, sacando un portátil de no sé donde al más puro estilo de Pat Garrett y Billy the Kid, accedió a Google, a Imágenes, y se empecinó en mostrarte las 189 fotografías que el servidor había almacenado sobre el idílico lugar. En ese momento el canelón te increpaba: "¿Es que acaso no te gusto?¿No piensas engullirme?" Le contestaste: "¿No ves que estoy en Corfou, desgraciado?" La tan anhelada conversación había consistido, por el momento, en un par de estupideces y tres frases hechas... Quisiste preguntarle al marido dos (ese antiguo colega de "cole" que, por otra parte, te había caído siempre fatal) sobre sus cosillas. A saber: su salud, el trabajo... ¿Salud? Tercer error. Te comentó que tenía que someterse a una "espirometría". Tú pusiste -lo sabes, lo supiste- cara de lego y como es de bien nacidos enseñar al que no sabe, el marido dos te enseñó con su móvil de última generación un vídeo sobre el particular. La esposa una, en esos momentos, reía como ese perrito Pulgoso que tanto te gustaba de pequeñín. Estaba, al parecer, recibiendo unos "wassapps" cachondos. "Es Mari que me manda una foto del postre que está elaborando". "¡Oh! Puri me envía una imagen de sus uñas recién pintadas" "¡Mira, su marido, acaba de estornudar!"

Hubo un último intento por tu parte de dialogar mientras intentabas descubrir el entrecot debajo del perejil y discernir si el tocinito de cielo se había extraviado en el purgatorio. El último recurso. El de siempre: fútbol. El marido uno te informó de que, en su tablet, se podían hacer quinielas "on line" o algo parecido... Y así, como diría Sabina, os dieron las once y las doce y la una y... Entre imágenes de Corfou, uñas recién pintadas y espirometrías. El único contacto que tuviste tú con las nuevas tecnologías fue a la hora de pagar con tu tarjeta "Visa".

Tras la despedida y una piadosa mirada de los comensales hacia tu persona, un paleto en nuevas tecnologías, te preguntaste por qué carajo habías asistido a aquella cena en la que, estando unidos, os habíais mudado en exiliados. Estabais cerca y, a la par, muy lejos. Vivíais en una isla, pero todos érais islas.

Con canelón digerido, entrecot no hallado y tocinito de marras en el limbo, te sentiste idiota. Luego recapacitaste y te preguntaste si los idiotas no serían, después de todo, ellos. Cuando llegaste a casa besaste tu teléfono fijo, engulliste un nada pijo bocata de sobrasada y te reconciliaste con el mundo, ese mundo que, cada vez, te cuesta más de entender, mientras Rajoy hablaba al personal tras una tele de plasma...

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