Quiero explicar un tema pero es un poco asquerosito. La mejor manera es contar una historia que me pasó al respecto. Como cada tarde voy a pasear a mi perro Lilo. Una mezcla entre pointer, labrador, dogo. Vamos los dos muy elegantes de paseo y lo llevo a una zona verde. Lo que deposite siempre lo recojo, a no ser que salga por el campo, pues es un buen abono para la naturaleza. Voy para casa, me limpio las suelas en el felpudo. Doy de cenar a Lilo. Y le pongo su camita en la misma habitación donde en breve me pondré a trabajar frente al ordenador. Ya estoy tecleando cuando un tufillo llega a mi nariz y me hace subir la ceja: ¡Lilo, guarrete, te has tirado un pedete!. Le miro, me mira y seguimos en nuestra particular burbuja, olvidando el pasado inmediato y haciéndonos compañía.
Y otra vez el pestecillo, ¡Lilo, jolín con el pienso! Hasta una tercera, ¡ostras pero qué pasa! Pensando, me digo: «Seguro que se ha dejado un regalito en la camita»; miro encima y debajo, y nada. Me vuelvo a sentar. Y otra vez ese olor apestoso. ¡Ya está, en la terraza me ha dejado el pastel! Es que lo mato, con lo educado que lo tengo. Sabe perfectamente que en casa no se hacen esas cosas. Me recorro la terraza de arriba a abajo, y nada de nada. Perfecta, limpia, como siempre. Descentrada, ya no puedo dar a las teclas con ese olorcillo así que me dispongo a darme una ducha y desconectar. Cuando ¡pum! esta vez he sido yo. No paro de reírme, ¡vale! malditas legumbres. Recogiendo el baño alzo las botas y ¡aaahhhh!. ¡Tenía la mierda de un lindo perrito del barrio en mi suela de la bota! Resuelto el galimatías, ¡dios qué asco! ¿cómo no me di cuenta antes? Haciendo flasback, cuando saqué a Lilo iba hablando por teléfono, entretenida, me saluda una amiga que llevaba tiempo sin ver y en el cruce de pensamientos: si cuelgo el móvil o me pongo a hablar con ella, en eso, me resbalo entre hojas plataneras y manteniendo la compostura sigo paseando con mi perro y pegada al auricular.
¡Dónde narices estaba el dueño para recoger la deposición de este lindo perrito! Por eso mi aplauso a la normativa cívica de Es Castell de poner multa a todo aquel que deje que su perrito imprima huella perfumada en la acera. Porque aseguro que es repugnante. Hay un cartel en Cartagena de Indias que reza en el césped «Si mi perro lo hace por instinto. Yo lo recojo por educación». Por favor, tengamos conciencia de tener nuestras calles limpias como nuestros hogares. Como comprenderán limpié la casa ese día, metí las botas en la lavadora, y encendí incienso indio.
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