Será voto nulo. Pero, probablemente, hubiera sido el más útil y merecido. Él, por otra parte, no concurre en lista electoral alguna. Carece de recursos, pero le sobrepasan los méritos. Existe. No es producto de la ficción. Hasta hace poco se engullía la calle lentamente, mientras la saboreaba, yendo al quiosco de la esquina para, en domingo, sólo en domingo, comprarse un periódico. Únicamente, con su vergonzosa y vergonzante pensión de jubilado, podía permitirse ese lujo —que él juzgaba necesidad- una vez a la semana. «Hay que estar informado» —te espetaba con sonrisa de buen vecino o de padre putativo-. Nunca adquiría el mismo diario. «Si anhelas ver una obra de arte en su plenitud, has de observarla desde todos los ángulos» —te susurraba-. Aunque él sabía que vuestro devenir político y social distaba mucho de ser arte y, aún menos, en plenitud…
Sera votó nulo. Pero, probablemente, hubiera sido el más útil. Con pérdidas hirientes de la Guerra Civil a sus espaldas, esas que manaban de fuentes distintas, había aprendido a perdonar y a olvidar. Era —decía- su pequeña aportación a la reconciliación nacional. «No le habléis de eso a mis nietos» —les exhortaba a sus hijos cuando éstos les retrotraían a los años 30-. «¡Habladles de futuro!» —añadía-. A esos hijos los veía poco. Como a sus nietos. A decir verdad, poquísimo y siempre a principio de mes, por aquello del interés…
Creyente y católico convencido, un tanto heterodoxo —tan convencido como coherente- te reñía con palabras de dulzura articulada cuando le comentabas que hacía un mal día. Y su censura era, entonces, imperturbablemente, la misma: «Todos los días son buenos, hijo, si se está en Gracia de Dios».
Y, aunque la marcha de Ella, le hirió de herida mala, prosiguió con sus diálogos maritales, en la convicción del reencuentro…
Abominaba de la corrupción, de las listas cerradas, de la actual clase dirigente, de la disciplina de partido, del despilfarro de los caudales públicos, de la ausencia de estadistas, del cainismo ideológico, del aborto, de la banca y el capital y de la gente que, ante este país mudado en retrete, renunciaba a su higienización con una abstención en las urnas. Tal vez porque sólo cuando su vida comenzó a mudarse en tosco bastón, pudo recuperar su derecho al sufragio. El que le habían sajado. Como le habían sajado tantas otras cosas: una juventud, un futuro, una paz en la rutina… Pero lo perdonaba y lo olvidaba. Lo perdonó. Lo olvidó. Y dibujaba el mañana con lápices de colores que no eran sino palabras preñadas de fe. Eran esos los dibujos que les regalaba a sus nietos, pero únicamente, sí, a principios de mes…
Cojeando se sumó, incluso, a la marea verde —a todas las mareas-, a pesar de que no fuera en ocasiones capaz de terminar recorrido alguno por una debilidad que le dictaba el inexorable paso de una vida desatenta…
Rara vez se llora por la muerte de quien sólo formó parte de tu paisaje de barrio. Lo hiciste. Se fue discretamente. Sus hijos y sus nietos asistieron al funeral, aunque no fuera a principio de mes… Ahora, su ausencia se dibuja cada domingo en humano vacío en una librería de una esquina. A modo de homenaje, compras ese día un periódico, inalterablemente distinto, para poder ver la obra en toda su plenitud, aunque no sea arte, sino náusea.
Y hablas de él en presente. Porque lo está. Por lo menos en tu vida. En las próximas elecciones —y en su honor- ejercerás tu derecho al voto, el que a él le cercenaron. En tu papeleta podrá leerse su nombre, escrito a pluma, como a él le hubiera gustado… Será voto nulo, pero exclusivamente para los necios, para tantos necios, para demasiados necios…