Perdóname. No quería ser tan brusco –le oyó mascullar de improviso.
Ella abrió los ojos, aunque tardó en acostumbrarse de nuevo a la penumbra algodonosa que envolvía el compartimento.
-¿Qué has dicho?
-Que me perdones. No pretendía asustarte.
Ella asintió. Y algo parecido a una sonrisa aleteó sobre la comisura de sus labios. Él le devolvió el gesto abiertamente.
-¿Cómo estás? –le preguntó tras una pausa en la que sólo se oyó el traqueteo del tren y la respiración acompasada de sus acompañantes, que parecían a punto de conciliar el sueño.
-Bastante bien. Aunque he estado enferma últimamente.
-¿Qué fue?
-Un tumor. Benigno, por suerte.
-Lo siento.
A continuación, ambos volvieron a guardar silencio durante unos instantes.
-No te preguntaré si te has convertido en cantante profesional porque ya lo sé. Hoy en día es muy fácil seguir la vida de una persona…
Al oír esto, experimentó una leve sensación de mareo, aunque no supo identificar si era debida al desconcierto que le producía que hubiera continuado interesándose por ella o por la vergüenza que sentía a causa de la mediocridad incontestable de su carrera.
-¿Te he asustado? –preguntó él.
-Un poco –respondió ella, azorada.
-No hablemos más.
-No, no… Cuéntame de ti. ¿Sigues doblando anuncios?
-No. Eso se acabó. Ahora soy artesano. Hago lámparas art nouveau e incluso alguna que otra vidriera por encargo. No me va mal, parece que ese tipo de objetos se han puesto de moda últimamente. Donde mejor se venden es en las ferias de anticuarios. Ahora mismo voy a una. Llevo los catálogos y unas muestras en el furgón de cola. Y tú, ¿adónde te diriges?
-A M***. Me han contratado para que actúe en la reapertura del teatro lírico. Lleva un montón de años cerrado por obras.
-Sí, ya lo sé. Concursé para hacerles los nuevos apliques de los palcos… Era un diseño muy bonito, en forma de tulipán translúcido, pero no ganó. ¿Y qué vas a cantar?
-La carta de amor de Monteverdi y un dueto de Purcell que canto desde hace años.
-¿Lo conozco yo? –inquirió con avidez.
-Puede que sí. Se llama "We the spirits of the air", de Purcell.
Tarareó la primera estrofa de la segunda voz pianissimo para no despertar a la familia árabe, que ya dormía plácidamente:
-We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend.
Justo en ese momento, se apagaron las luces del pasillo y tan sólo quedaron encendidas las de emergencia. En la semipenumbra ambarina del vagón, ambos parecían más jóvenes.
-¿Qué hora es? –se sorprendió ella.
-Las doce, creo. ¿Cómo sigue? –quiso saber él, con aire soñador.
Apenas había cambiado desde los últimos veinte años. Seguía llevando el pelo largo y recogido en una coleta, unas gafas de montura ligera y ropa oscura, desastrada e informal. Con los años parecía haber adquirido consistencia: no sólo físicamente, sino también a nivel moral. Ya no se le veía tan torpón y atolondrado como veinte años atrás. Al parecer había empuñado el timón en el último momento, virando frente a la escollera.
-¿Cómo sigue el qué?
-Tu dueto.
-¿De verdad quieres que te lo cante?
-Sí.
Ella aspiró con firme delicadeza, como si quisiera llenarse los pulmones de un exquisito aroma volátil, o polvo de hadas.
--We the spirits of the air that of human things take care. Out of pity, now descend to forewarn what woes attend. Greatness clog'd with scorn decays, with scorn decays, with the slave no Empire no, no, no, no Empire stays…
Su hermosa voz, algo más grave, impostada y artificial que antaño, pero sin duda no lo suficiente para sofocar la intensa emoción que producía escucharla, se deslizó con dulzura en el interior del vagón, inundándolo gradualmente como si de una gigantesca pecera se tratara. Las notas de Purcell aleteaban en su interior como peces colorados y ávidos de movimiento.
-Cease to languish, cease to languish then in vain, since never, never, never, never, never to be loved again…
(Continuará)
(*) (Primer capítulo disponible en http://anagomila.blogspot.com.es)