«Soñar con el futuro es engaño con que olvidar el hedor del presente»
Jean Pervin
Ahora ya tienen nombre, aunque para preservar su identidad, sea falso. Se llaman Hugo, Andrea, Lara, Lucas, María y Miguel. Tienen tres cosas en común: son niños, padecen hambre y a nadie parece importarle. «XL Semanal» hablaba de ellos en un escalofriante reportaje publicado en su número mil cuatrocientos doce. Pero ellos (se llamen como se llamen realmente) son únicamente la punta de un iceberg formado por tres millones de niños que, en España, son pobres…
- Se les han hurtado las condiciones mínimas para poder vivir en dignidad –comentas-.
- Y su infancia y una visión optimista del futuro y los medios para salir del infierno y la alegría que, por no tenerla, jamás recibirán de sus padres y el sosiego y la paz y, tal vez, hasta un solo juguete…
Puede –lo sabes- que, en un porvenir más o menos próximo, esos niños, metidos ya a adolescentes, excluidos socialmente, desprovistos de toda posibilidad de promoción o mejora, asqueados por la sistemática privación de derechos de la que permanentemente han sido objeto, opten por delinquir o por buscar el paraíso negado en el inútil edén de la drogadicción. Y serán, tarde o temprano, detenidos o hallados muertos en públicos retretes escandalizando a quienes esculpieron su desconsuelo. En el primer caso, el peso de la ley será, entonces, para ellos, tan duro como lisonjero para los que, con su corrupción, fueron causa de su mal. No sé si podrán elegir, a diferencia de estos últimos, centro penitenciario, ni aducir que -como hizo una tonadillera vomitiva- su ingreso en prisión es inviable porque sufren claustrofobia. Roca Junyent –o cualquier otro equipo de abogados férreamente asido a las élites- no los defenderá, aunque su delito haya sido sólo el de robar unos tejanos en Zara. Tampoco crees que lleguen a gozar de beneficios penitenciarios porque jamás se codearon con la jet, con ministro ni con banquero alguno, como no fuera el «colega» que les prestó cuatro «chavos» para ir tirando, con esa asombrosa y ejemplarizante solidaridad de la que exclusivamente son capaces los pobres.
- Tres mil firmas y tres mil sollozos…
- Tres mil firmas y tres mil sollozos son hoy quejido por una tonadillera que, entre copla y copla, en la eterna España machadiana de la charanga y la pandereta, os mangó seis millones de euros. Nadie, sin embargo, echará una jodida lágrima por esos niños sin aurora de futuro carcelario…
Y mientras Lucas, Hugo, Andrea, Lara, María y Miguel se preguntan por qué a ellos, por qué les es negado lo que a otros les fue dado en demasía, a seis mil quinientos cincuenta millones de kilómetros, el módulo «Philae», con coste nauseabundo, seguirá perdido a la espera de que la luz solar lo vuelva a activar, quieto, sobre una roca árida por la que, al igual que en la Tierra, no transita sentimiento alguno, ni leve palabra de amor… ¿Cuántos niños habrían emergido de su particular infierno con el capital estérilmente invertido en ese nuevo acto de soberbia humana? Y, mientras los responsables de la A.E.E. (Agencia Espacial Europea) aplauden, te preguntas a cuenta de qué… Quizás sea por el oculto y subliminal deseo de irse, efectivamente, a seis mil quinientos cincuenta millones de kilómetros para huir y olvidarse de ese hombre, irracional por excelencia, que escapa de sus pecados, prefiriendo buscar casa ajena antes que adecentar la propia… A eso se le suele denominar, en ocasiones, progreso. Y por eso, por su radical oposición a entenderlo como tal, adoras tanto a Delibes.
- Pero os queda un consuelo…
- Pero os queda un consuelo, sí, que no es el de esos niños sin aurora: siempre habrá una patriótica tonadillera ladrona a quien defender y por quien derramar una lágrima de sinrazón…
- Mientras, el módulo «Philae», falto de batería, esperará los rayos del sol…
- Y vosotros, faltos de humanidad, unos gramos de caridad.