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¿Tiene caldereta sin langosta?

¿Cuándo una sociedad es justa?

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En el año 1971 el profesor de la Universidad de Harvard, John Rawls, publicó un libro llamado «Teoría de la Justicia» que estaba destinado a convertirse en una de las obras más influyentes de las últimas décadas. La obra pretendía responder a una cuestión sobre la que llevamos siglos debatiendo: ¿Qué principios deben regir en una sociedad justa? Para responder a esta difícil cuestión, el filósofo recurre a una idea original. Dado que en la sociedad actual todos ocupamos un determinado lugar en base a nuestra formación, riqueza, aspiraciones y oportunidades, no estamos en condiciones de responder a una pregunta por cuanto tenemos preferencias muy diferentes. Así, mientras los más adinerados querrán una bajada de impuestos, los más desfavorecidos estarán interesados en que el Estado prolongue la ayuda al desempleo o aumento la cuantía de los subsidios. Por tal motivo, Rawls considera que, para determinar los criterios que definen una sociedad justa, debemos imaginarnos una situación hipotética en la que nadie sepa cuál va a ser su estatus social. Como las partes desconocen adónde van a parar cuando comience la «vida real», se verán obligados a llegar a acuerdos únicamente sobre la base de consideraciones generales, universales y públicas que beneficien a todos los miembros de la sociedad. ¿Quién se arriesgaría a vivir en una sociedad muy desigual con la esperanza de que en ella le corresponda en la cima? ¿Quién apostaría por vivir en una sociedad feudal arriesgándose a ser siervo sin tierras con la esperanza de ser rey?

En esta tesitura, el primer acuerdo que alcanzaríamos sería la necesidad de garantizar a todas las personas un catálogo igual de derechos y libertades como, por ejemplo, derecho al voto, libertad de expresión, derecho a la propiedad o a la libertad personal. Si pertenecemos a una minoría religiosa, no nos gustaría que cuando comenzara la «vida real», estuviéramos perseguidos por nuestras creencias. Por eso, debemos garantizar en primer lugar que todos los ciudadanos tengan las mismas libertades básicas. A continuación, el siguiente acuerdo que alcanzaríamos sería garantizar una igualdad de oportunidades para eliminar las barreras sociales que puedan obstaculizar el éxito individual y el desarrollo del talento. De esta manera, estableceríamos las bases para que, cuando comenzara la «vida real», si nos toca en la parte más pobre de la sociedad, podremos optar igualmente a desarrollar nuestros planes de vida. Y, finalmente, el tercer acuerdo que alcanzaríamos consistiría en promover el mayor beneficio de los menos aventajados de la sociedad debido a enfermedades, discapacidad o, en definitiva, a la peor situación socioeconómica.

La obra de Rawls supuso una auténtica revolución en el pensamiento sobre la Justicia. Según el filósofo, todas las personas deseamos una serie de cosas con independencia de nuestra situación. Todos queremos tener libertades que protejan nuestra capacidad de decidir y perseguir aquello que consideremos adecuado para nuestra vida. Todos queremos tener libertad para movernos y para buscar trabajo de acuerdo con las posibilidades existentes. Todos queremos tener la oportunidad de acceder a los cargos públicos en condiciones de mérito y capacidad. Todos queremos tener algo de dinero. Todos queremos que el resto de personas nos respeten y nos permitan desarrollar nuestra vida de la manera que creamos más conveniente. A primera vista, podemos pensar que se trata de obviedades. Sin embargo, luchar por una distribución equitativa de estas aspiraciones constituye la esencia de una sociedad justa. Para ello, no solo debemos respetar las libertades de los demás, sino también tomar partido para garantizar la igualdad de oportunidades y promover el mayor beneficio de las personas más desfavorecidas. Se trata de una tarea descomunal que, sin embargo, nos debe enorgullecer por cuanto, si no queremos la justicia para todos, carece de sentido perseguirla para uno mismo.

Es cierto que la obra de Rawls no resuelve –ni mucho menos- todos los problemas relacionados con la creación de una sociedad justa. Sin embargo, se trata de una apuesta muy interesante porque nos enfrenta a una pregunta crucial: ¿Quién desea vivir en una sociedad sin justicia? Nuestro corazón se contrae con la justicia y se dilata con la libertad. Quizá sea el momento de recordar las palabras del humanista del siglo XVI Juan Luis Vives: «Desterrada la justicia que es vínculo de las sociedades humanas, muere también la libertad que está unido a ella y vive por ella».

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