La imaginación de los directivos de las distintas televisiones está tan flaca, tan escurrida, tan exprimida que solo así se puede explicar lo que está pasando con el tema gastronómico estando como están, empachando al personal hasta la náusea. Un tema precioso donde los haya, sin duda ameno y didáctico lo han convertido en vomitivo, un repelente gustativo porque fíjense así por encima en el siguiente listado: «El chef del mar», «Pesadilla en la cocina», que se te quitan las ganas de volver a comer fuera de casa porque te muestran cocinas desastradas, verdaderas zahúrdas que producen un rechazo visceral; luego lo de «Cocineros al volante», que si «Robin Food», que si «Un país para comérselo» que si «Al punto», lo de «Master Chef», lo del «Top Chef», «Todos contra el chef», los de los gemelos Torres que se llamará «Torres en la cocina»... y como si todo eso no fuera ya para hartarse, ahí se andan con lo del «Master Chef Junior». Cerca de 6.000 niños se han presentado a la prueba de selección. Aparte están los programas clásicos de cocina, el canal cocina o Arguiñano, que en este caso por lo menos sí es una garantía de cómo tratar la materia prima a la hora de convertirla en platos sencillos realmente gustativos. Arguiñano es para mí un punto y aparte que merece la pena ver.
Desde mi más tierna infancia he sido un forofo, un apasionado de la gastronomía. Me proclamo como el bibliófilo que quizá tenga una de las mayores y mejores colecciones de libros gastronómicos en mi biblioteca de este país. En este punto tomo prestadas las palabras de la escritora Carmen Posada, «yo también estoy hasta el jopo» de la gastronomía televisada, más proclive al show que aglutine frente a la caja tonta a un público que lo soporta todo que a tratar lo gastronómico desde el afán divulgador con verdadera calidad y, nunca mejor dicho, con buen gusto y no esos concursos donde para mí tengo que los concursantes ya saben a lo que van y están tan satisfechos de someterse al fielato de unos chefs a medio camino entre el pseudo presentador o el humillador profesional que trata al incauto concursante despóticamente porque toda esa estudiada parafernalia creen los organizadores que es lo que excita al bocabaday que está soportando el soporífero concurso televisivo. El clímax de las cosas se produce cuando algunos concursantes se enzarzan por una gilipollez, luego acabarán abrazándose. Y ya lo más es acabar llorando como si se les hubiera muerto un prójimo o una prójima.
Los directivos de las distintas cadenas de televisión están ull al bou de manera que cuando un programa tiene éxito, lo copian cambiando cuatro cosas y a esperar que al rebufo del éxito ajeno, lo suyo también funcione. Una cosa sí han logrado entre todos y es desplumar a la gallina de los huevos de oro. Mira tú que es triste que un tema tan bonito y tan importante, que incluso en ello nos va la supervivencia, acabe siendo vapuleado y tratado no pocas veces sin ninguna naturalidad hasta conseguir el factor contrario a las ganas de comer por la masificación de estos programas logrando la pura inapetencia.