En mi juventud, con veinticinco años, apenas dos semanas después de abandonar mi profesión de futbolista por sempiternos problemas físicos, estaba en Ciutadella dándole vueltas a mi futuro.
Entré en el bar Sa Clau a última hora de la tarde. Se encontraba presente mi amigo José María Mayans, fabricante de calzado, flanqueado en su mesa por dos clientes extranjeros. Al hablar yo sus idiomas me requirió, entrando a formar parte del grupo.
Uno de ellos era italiano, el otro belga, francófono. El diálogo se desarrollaba sin embargo en inglés. Al rato, vista la apatía del belga, algo taciturno, poco menos que nos desentendimos de él y empezamos a conversar en la lengua de Garibaldi.
Enzo procedía de Roma, andaría sobre los cuarenta años. Se trataba de un empresario de la industria del calzado. Desconocía por estar probablemente muy atareado innumerables cosillas de su propio país, conocidas por mí a través de las revistas y de los periódicos italianos que solía leer para mejorar el idioma. Le cautivó asimismo mi documentación de la cinematografía, el arte, la moda, la historia, la literatura y la música transalpina,
Naturalmente estos puntos supusieron un vínculo instantáneo entre nosotros. Imagínense ustedes que llegan a un país extranjero y traban conocimiento con un nativo que habla correctamente el castellano y conoce al dedillo todos los dimes y diretes españoles, ¿no gozaría acaso esta persona de su simpatía? Por otro lado, mi pasado de modelista de calzado también nos aproximaba. Resultó igualmente determinante, para comprender la oferta que me hizo al despedirme, el hecho de que yo dominase varios idiomas.
- «Vuoi venire a lavorare con me a Italia» - soltó, nada menos, estrechándome la mano.
Permanecí sorprendido e incrédulo. Entreví, no obstante, que la oferta era firme, formal. No se trataba, no, de ahora te digo y mañana te digo, diego. Palabras mayores que yo debía reducir a menores en cuestión de segundos. Tanteaba, silencioso, a un ritmo vertiginoso, una posible homosexualidad recóndita, si, si, homosexualidad... No me negarán ustedes que en el curso de una hora tal oferta es cuando menos sospechosa.
Parecía, sin embargo, no haber extrañezas en la oferta. Aquel joven hombre, padre de cuatro hijos, parecía ubicado en el otro extremo de cualquier inversión. Incluso su carácter se vislumbraba apacible, risueño y magnánimo. Seguramente –deduje- ha percibido en mi dotes para ocupar un lugar en el organigrama de su empresa... Fue todo cuanto cavilé. Ni siquiera pasó por mi imaginación indagar cuales iban a ser mis funciones ni mis emolumentos ni ninguno de los innumerables pormenores ocultos en el interior de tan inesperada oferta. El dato primordial, sustantivo, consistía en que ésta era la más sugestiva y excitante de todas las que me hubieran podido proponer y no quería trabarla... Además,... ¿podía acaso perder algo?
-¿Cuándo vai via?- pregunté tan solo.
-Domani.
-Va bene, ci stó, aggiusto il passaporto e vengo.
Una semana más tarde partía en mi coche, acompañado de José María, que debía desplazarse también a la ciudad eterna para sus negocios.
Permanecí un año y medio en Roma.
Vendía zapatos en Europa.
Buen tipo Enzo.
Un amigo