Las personas solemos tener una suerte de fijación en sublimar un determinado cumpleaños. Algunas exultan al cumplir los treinta, otras a los cuarenta, pero, sobre todo, masivamente, a los cincuenta y a los sesenta.
Yo tuve siempre un especial apego por los setenta. Desde joven idealicé esta edad. De hecho pasé sobre los otros aniversarios sin alharacas, impertérrito, con la mirada fija en el siete y en el cero. Me parecía infringir mi tarea, aquí, en la tierra, si no los alcanzaba. De todos modos no se trataba solamente, en mi caso, de un suspirado cumpleaños, sino de la prebenda de estar a esta edad todavía vivito y coleando. Y hete aquí que precisamente hoy, martes, 29 de marzo de 2016, hoy mismo, los cumplo.
Ni que decir debo que estoy inmerso en festejos de muy distinta índole, programados algunos con bastante antelación. De hecho uno de ellos dio inicio un año atrás cuando decidí confeccionar una tarta descomunal para su celebración. Me estoy refiriendo naturalmente a una tarta... de papel, a una novela, autobiográfica, que cuenta mis vaivenes alrededor del mundo y de mi mismo en el curso de estos setenta años. Pero me he demorado por tratarse de una labor extremadamente laboriosa y he pospuesto el ágape para más adelante.
Se titula «Yo y mis circunstancias». En verdad, ustedes ya han degustado la tarta. Sí, sí, la han degustado. Son artimañas mías. Verán, cuando no dispongo de tiempo o de ideas, sustituyo el artículo literario semanal por un trozo de pastel y asunto resuelto
El inicio de la novela lo serví precisamente semanas atrás. ¿Lo recuerdan?
«La vida se asemeja a un partido de fútbol. La diferencia estriba en que, en vez de noventa minutos, se prolonga hasta los ochenta años. No me negarán que se masca incluso la aparición del cuarto árbitro con su tablón anunciando una prórroga... para a los ochenta y tantos partir irremediablemente hacia el otro mundo. El símil, en apariencia solo ocurrente, no carece de rigor, porque si se tira de él se descubre que a veces, innumerables veces, el jugador no finaliza el encuentro. Esta misma noche, por ejemplo, el juez universal le puede mostrar a usted la tarjeta roja, aunque no haya cumplido todavía los veinte...».
En el epílogo de este primer capítulo, alusivo a las coordenadas educativas de mi infancia, recalco además claramente la conmemoración del mítico aniversario. Dice así: «De esta manera resumiría el inicio de mi existencia: una carrera sorteando obstáculos, necesarios desde luego para poder distinguir el día de mañana a un alma de un animalito. Porque reconozco que la intromisión de mis queridos padres en mi territorio era absolutamente imperiosa, de lo contrario no hubiera alcanzado mi septuagésimo aniversario, que celebro con ustedes, relatando mis memorias».
Esta solemne tarta de cumpleaños necesita aún que se le injerten las capas correspondientes de vainilla, fresa y chocolate, embadurnarla con yema, blanquearla pomposamente con merengue, adornarla con barroquismos frutales y en la cúspide un 7 y un 0.
Hoy ha nacido otro anciano.