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Davall l'ullastre

Disfunciones electorales

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La eréctil
O sea la imposibilidad de sentir aquellas soberbias excitaciones de las primeras veces que nos dejaron penetrar en la suculenta urna, ya frisando la treintena, tan emocionados que se cuenta más de un gatillazo con intervención in extremis de mamporreros de la mesa electoral. Tiempos en que, subyugados por personajes carismáticos como Adolfo Suárez o Felipe González, creíamos que todo era posible, no solo cambiar a la sociedad sino también, ¡ingenuos supervivientes del nacional-catolicismo!, al propio hombre. Hoy solo es posible cambiar de eslóganes.

La moderada
¡No uséis el noble vocablo de la moderación en vano! Hartito me tienen don Mariano con su sonsonete de las gentes moderadas y sensatas versus radicales fanáticos y no digamos don Pablo con sus contorsiones ideológicas y su agotadora verborrea, envueltas en una moderación sospechosamente sobrevenida. Ambos repiten insistentemente (y en vano) la palabra sensatez, prima hermana de la manoseada y pervertida moderación.

La falaz
Cargante en grado sumo el latiguillo del dejar gobernar a la lista más votada, ignorando (o pretendiendo que los ciudadanos ignoren) que en una democracia parlamentaria no gana el que tiene más votos sino el que consiga más apoyos parlamentarios. Otrosí: a nadie puede escapar que la derecha se presenta bajo unas solas siglas mientras la izquierda lo hace en diferentes versiones. En España hay dos bloques sociales, más o menos del mismo volumen (podremos comprobarlo si mañana por la noche sumamos correctamente) que sería bueno quedaran circunscritos mayoritariamente a centroderecha y centroizquierda. El bloque que sume más debería gobernar, siempre que la izquierda fuera capaz de entenderse cosa harto improbable; la derecha siempre se pone de acuerdo.

La reduccionista
Según la cual, si hay crecimiento económico y sentido común, todo lo demás se dará por añadidura, la desigualdad se corregirá, las pensiones sobrevivirán, Cataluña irá por el buen camino, Europa renacerá…

La nauseabunda
La podredumbre creciente. Aquello del «paro, despilfarro, corrupción» con que Aznar martilleaba al felipismo menguante parece ahora un juego de niños. Gürtel, Púnica, Palma Arena, el ancestral escándalo de Andalucía, desvalijamientos varios de arcas públicas en Valencia, Mallorca (no Balears, ojo) y las que van surgiendo todos los días, las hazañas mafiosas de la familia Pujol…

Lo de estos días es más grave aún si cabe: el ministro del Interior conspirando intramuros con el director de la Oficina Antifraude de Catalunya para empapelar a incómodos políticos de la competencia para así desprestigiarlos y desactivarlos. Y más terrible aún la reacción del ministro y del propio presidente del Gobierno cargando las tintas en la filtración (que grave ya es, por supuesto) y no en su sórdido e inquietante fondo. Se reedita el «sé fuerte, Bárcenas» por el que ningún gobernante de la Unión Europea hubiera resistido veinticuatro horas en su puesto. La credibilidad de las instituciones democráticas por los suelos.

La ideológica
Da cuenta -y explica detalladamente- José Ignacio Torreblanca en su columna de «El País» de las similitudes programáticas («Sudoku europeo», 23-6) entre Falange Española, el Frente Nacional de Marine Le Pen y… el primer discurso de Pablo Iglesias en el Parlamento Europeo en junio de 2014. Los tres denuncian el opresivo peso de la burocracia globalizadora neo-liberal de Bruselas, la pérdida de soberanía y los tres están de acuerdo en que son la única alternativa a ese modelo, Le Pen propone nacionalizar servicios públicos y bancos, salir del euro, restablecer fronteras… Pablo solo denuncia, no dice lo que piensa hacer. «No sé si Europa es el problema, pero sí que tiene un enorme problema», concluye Torreblanca.

La de la perversidad de los referéndums
Dicen que a los referéndums los carga el diablo y es verdad. Dividen y causan estrés político (véase la calamidad del brexit). Pero son escrupulosamente democráticos, como lo seguirían siendo si para cuestiones tan graves como la salida de un Estado o una Comunidad de Estados se exigiera una mayoría cualificada de, por ejemplo, un 60 pro ciento...

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