José Ramón Bauzá ha terciado en las batallas domésticas del Parlament con su aparición estelar de hace dos sábados en el Parc de la Mar. El anuncio de su asombrosa tentativa para recuperar cuanto perdió en las últimas elecciones autonómicas, ha sacudido los cimientos de su partido y, a la par, fabricado nuevas expectativas a la amalgama de formaciones que lidera Francina Armengol -de aquella manera- para gobernar en el Archipiélago. Un PP sometido a más reyertas intestinas elevaría las opciones de esa izquierda supuestamente plural en los próximos comicios.
Que Bauzá pretenda recuperar la presidencia del PP balear y la del Govern después de hallar acomodo en el Senado para prolongar su carrera política entra en el terreno de lo absurdo. Aseguró tras el batacazo de 2015 que estaría en las duras y en las maduras y que se mantendría en la bancada de la oposición. Pero la corriente crítica que le brotó en las narices tras la debacle electoral en la que perdió 15 diputados y la mayoría de las ciudades más grandes de las islas, le hizo pactar la abrupta salida hacia Madrid por designación de sus diputados afines en el Parlament.
Ahora, su manifiesta voluntad de retorno ha provocado primero sorpresa y después indignación entre los miembros de su propio partido, que poco a poco van mostrando el rechazo frontal al líder caído. En Menorca los consultados por este diario se han mordido la lengua, en la mayoría de los casos, aunque su posición se adivinaba clara. No le ha bastado al farmacéutico con el sillón del Senado porque los focos que tanto le gustaban ya no le apuntan en las comparecencias. Ya no es el centro de atención, ya no puede defender su errónea política lingüística o educativa que condenó al partido al fracaso. Bauzá es ahora víctima de la atracción por el poder del que disfrutó con una mayoría absoluta. Seguro que el recuerdo de sus buenos momentos le pesa, pero mejor que recuerde los malos y se deje de aventuras.