Hoy, queridos lectores, partiremos de la siguiente premisa: todos los padres quieren lo mejor para sus hijos. Quitando algunos casos con patologías chungas todos los padres deseamos que nuestros hijos sean lo más felices posibles, y sobre todo que sean buenas personas. Es obvio que por el camino se comenten miles de errores, nadie dijo que educar fuera fácil. Pero ahí estamos, intentándolo.
Los que fuimos hijos del último baby boom, los que ya tocamos con la yema de los dedos el medio siglo de vida, tuvimos unos padres que venían de currar muchísimo para salir adelante en tiempos oscuros y muy inestables. Cierto es que algunos intentan ahora reescribir la historia dulcificando lo que fue una dictadura cruel, supongo que lo hacen por ignorancia supina, o porque a ellos, o a sus familias, les fue de lujo bajo las garras del esperpéntico tirano, pero la realidad es que nuestro progenitores no lo tuvieron nada fácil. Es por eso que nos intentaron inculcar, entre otras cosas, la idea de un trabajo fijo para toda la vida.
Es decir, la idea de felicidad se reducía a la idea de estabilidad. Un trabajo para siempre, una pareja para siempre, comprar una casa que sería también para siempre. Conseguir la estabilidad sin grandes sobresaltos era conseguir una vida plena. Salirse de aquel renglón era meterse en líos y era habitual escuchar a las madres decir: «mira que bien está el hijo de la Rosarito, ha aprobado unas oposiciones a Correos, se ha casado con Martita su novia de toda la vida, y se han comprado un pisito al lado de su madre». El hijo de Rosarito, a ojos de una madre preocupada, había tocado el cielo con las manos.
Ahora los niños no quieren ser trabajadores públicos, entre otras cosas porque con el despiece que han hecho de todos los servicios públicos es prácticamente imposible serlo. Enchufado político en alguna administración es más fácil, pero currarte unas oposiciones y pelear por un puesto de trabajo en igualdad se ha convertido en una gesta épica. Podemos afirmar que el funcionario está como el lince Ibérico en peligro de extinción, y toda la caña interesada que se les ha dado para desacreditarlos así lo confirma, se les culpa desde de la muerte de Elvis Presley, hasta del deshiele de los polos.
Queda claro que hablar de estabilidad hoy en día es hablar de una quimera. Todo es inestable, todo está en continuo cambio y en líneas generales a peor. Así pues, los niños ahora no quieren repartir cartas o apagar fuegos, quieren ser Youtubers o Influencers. Quieren acumular seguidores en las redes y atesorar miles de likes que les garantice que algún patrocinador se va a fijar en ellos y ganarán fama y un dinerillo vendiendo sus cosas en la red. Es una nueva realidad, tampoco nos pongamos nostálgicos.
Sin embargo, como decía nuestra premisa, nosotros queremos lo mejor para ellos, y es lógico que nos preocupe que el mundo llegue a ser como lo pintaron en la película de Blade Runner, con lo áticos reservados para el lujo y las elites, y los sótanos repletos de miseria. Aunque, como dijo una mujer sabia, tal vez deberíamos ampliar el foco y no preocuparnos solo por el mundo que dejamos a nuestros hijos, sino también por el tipo de hijos que dejamos en este mundo. Por cierto, unos investigadores españoles han creado una bioimpresora en 3D que fabrica piel artificial, ya ven, mientras no todos usen las nuevas tecnologías para hacer videos virales de gatitos quedará esperanza en el planeta de trumpistan. Feliz jueves.