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Les coses senzilles

La píldora milagrosa

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Dicen que la publicidad engañosa puede inducir a error al destinatario, a veces omitiendo datos fundamentales. Incluso los bancos, las compañías multinacionales de cosmética y los partidos políticos hacen uso de falsas promesas que nunca se convierten en realidad. Dicen que el treinta por ciento de los productos etiquetados como ibéricos no poseen la certificación. Dicen que el té y la alcachofa hacen adelgazar, igual que cierta marca de zapatillas. A menudo los productos con cero por ciento de grasa sí tienen grasa, y creo que algunos productos sin azúcares añadidos dicen la verdad: los azúcares no los añaden, ya están en la base del recipiente antes de realizar la mezcla.

Dicen que con frecuencia los anuncios venden esperanzas falsas, a veces para casos terminales en los que uno se agarraría a un clavo ardiendo, y que entonces el vendedor hace uso de expresiones como «descubrimiento científico», «cura milagrosa» o «ingrediente secreto». Somos ingenuos, o hacemos caso de la máxima que asegura que la esperanza es lo último que se pierde. Dicen que existen mágicos modeladores de la figura con aparatos que actúan ipso facto y además son fáciles de usar y nos muestran modelos panzudos que de repente se vuelven delgaditos a base de inspirar durante la instantánea y tienen marcada una tableta de chocolate que les han pintado con aerógrafo. Dicen que algunos yogures ayudan a mantener las defensas y que es un hecho científicamente probado, pero una vez realizadas investigaciones por parte de las asociaciones de consumidores resulta que no es verdad.

Pero hay tantas cosas que no son verdad… No hace mucho agarré un resfriado de aúpa, que me ha durado sus buenos quince o veinte días. Degeneró en neumonía y el médico me recetó antibióticos. Estaba sentadito en el sillón, tosiendo como un desesperado, y de pronto veo a un tal Jaime que dicen que tiene problemas de resfriado, fiebre, dificultad para respirar, etc. Pienso, pobrecito, ése está como yo; solo que gracias a Dios yo no tengo fiebre. De repente se toma una pastilla del producto que anuncian y problema resuelto; el mismo día se va a pescar con los nietos, se mete en una carretera encharcada, se pasa la mañana al sol llegando a quitarse la camisa y sonríe tan campante. ¿Pero será posible? ¿Y los diez comprimidos de antibióticos de quinientos miligramos? ¿Y los vente días de convalecencia? Nada, una sola pastillita. Aquí el que no corre vuela. Naturalmente, me refiero al anunciante.

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