Hoy (hermoso y soleado miércoles cinco de abril) he recorrido cerca de media milla (me hallo en la pérfida Albión y por aquí no se estilan los kilómetros) acarreando en mi mano izquierda una bolsita de plástico (puede que reciclable) dentro de la cual había introducido previa y cuidadosamente la caquita de mi mascota, una encantadora labrador chocolate que suele hacer sus necesidades prudentemente cerca de alguno de los numerosos y muy celebrados puntos de depósito específicamente dedicados a las -nunca mejor dicho- deposiciones caninas, pero que en esta ocasión prefirió echar una cana al aire y realizar su performance en Kensington Palace Gardens, una de las calles más elegantes y peor provistas de papeleras en la -para mi gusto - más bella y grata al paseante ciudad de cuantas he tenido la dicha de conocer (Londres, aclaro).
Pues bien, durante mi agradable caminata matutina, solo entorpecida par la molesta presencia del paquetito bio balanceándose graciosamente al ritmo de mi braceo, he tenido ocasión de reflexionar sobre todo tipo de asuntos, carentes (los más) de interés para el público en general, y de entre los cuales me propongo destacar uno para compartirlo sin más demora con usted, amable lector, en el hipotético caso de que el cúmulo de frases subordinadas, un tanto barrocas y quizás demasiado disgresivas (qué le vamos a hacer: a veces disfruto así) no haya desalentado su apetencia lectora y continúe usted por tanto descifrando pacientemente estas sinuosas líneas.
Si el mismísimo Séneca levantara la cabeza y viera con sus propios ojos cómo los humanos más civilizados (los hay cerditos que pasan de todo) recogen hoy día con sus propias manos los excrementos de can, los guardan en una bolsa y los acarrean consigo, aquel gran filósofo, no tengo la menor duda, exclamaría como algún paisano suyo en tiempos más recientes: ¡hay gente pa tó!
En efecto. Hay gente pa tó. Por ejemplo, hay gente que debe acarrear su bolsa de caquita toda la vida por la sencilla razón de que no hay contenedor que acepte el tipo de mierda que arrastra el referido héroe. Estas personas están condenadas a convivir con el paquete día y noche tratando de disimularlo lo más posible, manteniéndole fuera del alcance de la vista del inoportuno mirón, y depositándole en la cama debajo de la almohada para que moleste lo menos posible a la pareja. Tal es el caso, por poner un ejemplo inocuo, de David Cameron.
Es sabido que en todos los países hay tontos que medran en la actividad política y consiguen alcanzar los puestos de máxima responsabilidad (en España conocemos bien ese paño). En El Reino Unido no iban a ser menos, y se afanaron por tanto en poner en manos de David la pistola. Él solo tuvo que apretar el gatillo. Por supuesto se disparó en el pie. Y ahora millones de personas en Inglaterrra, Gales, Escocia, Irlanda, Gibraltar y toda Europa tendremos que sangrar por esa herida. Un pequeño idiota que logra hacer grandes destrozos: este es el contenido de la bolsita que Cameron no conseguirá hacer desaparecer y que por tanto acarreará mientras viva, y que con toda probabilidad será enterrada en la misma fosa el mismo (Dios quiera que lejano) día en que su propietario abandone este peculiar mundo.
En Murcia hay otro señor que ha decidido atesorar (a menor escala, no seamos exagerados) su particular ración de mierda, aferrándose primero y siendo despachado después por sus propios colegas con certera patada en el trasero, del cargo que tanto gustirrinín le venía proporcionando. Tampoco a él resultará fácil depositar esta bolsita en algún contenedor, pues quien traiciona la palabra dada no suele ser admirado por ello ni siquiera en el seno de la propia familia.
De manera que a modo de humilde consejo para futuros figuras en campaña electoral: que no se os caliente la boca. La promesa adecuada en el campo de los posibles encontronazos futuros con la ley y el orden no es otra que la representada por la fórmula que ofrezco gratuitamente a todo candidatable prudente: «Prometo renunciar al cargo en el momento (y no antes) en que de con mis huesos en la cárcel».