Vamos, manos a la obra, o nos lo curramos un poco, o acabaremos todos como Zheng Jiajia, un ingeniero chino de 31 años, experto en inteligencia artificial, que se ha casado con una mujer robot construida por él mismo, harto de no encontrar una esposa humana. Al parecer le ha puesto de nombre a su compañera robot Yingying, y quiere que le ayude en las tareas domesticas. No sé, pero para mí que el bueno de Zheng tiene un problema serio para relacionarse. El robot aún no anda, pero en cuanto le perfeccionen y le pongan piernas creo que saldrá por patas de esa casa tan rara. Animo Yingying, estamos contigo, en cuanto puedas huye.
Tal vez si Zheng se hubiera apuntado a clases de baile, o saliera un poco más a tomarse unos baijius, licor de arroz, con los colegas hubiera encontrado alguien de carne y hueso para compartir su vida. El hecho de que cada día llegue a casa y se encuentre con su robot, produce un repelús parecido al que provocó Manel Navarro y su desafinada actuación en ese festival tan moderno y vanguardista de Eurovisión. Esperemos que no tenga conectada a Yingying a Internet, porque después del ataque masivo a la seguridad informática a nivel mundial, su esposa robot se podría convertir en una especie de Terminator asiático. Zheng si se despide cada mañana de ti con la frase: Sayonara baby, el que saldrá por patas de la casa serás tú.
Les confieso, queridos lectores, que las únicas herramientas que manejo con soltura en el mundo del bricolaje son el pegamento de contacto y la cinta americana, me sería imposible pues, no ya fabricar un autómata, sino tan siquiera cambiar un enchufe sin sufrir algún percance. Y como no todos somos MacGyver, que con un chicle y un clip lo mismo construía una bomba que una licuadora, debemos trabajarnos las relaciones humanas, para no acabar disimulando nuestra soledad con un androide. Un buen principio sería una llamada desinteresada a un amigo, funciona mejor contra la astenia primaveral que cualquier ansiolítico, y con menos efectos secundarios, y nos ayuda a seguir siendo animales sociales, y no animales a secas.
Y es que mola mucho que alguien te llame para nada. Es decir que suene el teléfono, o entre un wasap, para preguntarte solo como estás, en que andas, como te sientes. Que no sea una llamada por un tema concreto, simplemente por la necesidad de saber de un amigo. Ese detalle de acordarte de alguien porque sí, sin más, sin pedir nada, sin quedar para algo, es muy beneficioso. Y así le quitamos curro a los psicólogos, a los fisioterapeutas y a los coaching de autoayuda que van saturaditos.
Ese instante maravilloso en que pierdes el tiempo charlando con alguien, en que no buscas beneficio, solo reciprocidad y si salen unas risas, pues mejor. Porque creo que deberíamos recuperar el valor de lo que se considera inútil. Y no hablo de cosas realmente inservibles como el carril interior de las rotondas, el Senado, un preservativo de ganchillo, el FMI, un martillo de cristal, la CEOE o el coche de Alonso. Hablo de esos momentos no productivos donde solo debemos saborear el placer de estar compartiendo un rato con un amigo.
Para terminar solo pido que alguien les quite el clip a los MacGyver para que no sigan liándola, y que si alguien ve a Yingying corriendo que la eche una mano, ese robot está sufriendo mucho. Desde Menorca poco mas podemos hacer, la humedad no es buena para sus circuitos. Feliz jueves, y si es en compañía doblemente.
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