Dice verdades Cristina García-Orcoyen, exdirectora del Fondo Mundial para la Naturaleza en España, en la entrevista concedida a este diario. Los foros y los grandes acuerdos internacionales por la protección ambiental o contra el cambio climático se suelen quedar en un 'bla, bla, bla' que los estados olvidan cumplir. Mucha palabra y poca acción, y luego nos quedamos boquiabiertos cuando oímos hablar de Henderson, esa pequeña isla del Pacífico, paradisiaca, con sus palmerales y playas, en la lista del Patrimonio de la Humanidad, convertida en el mayor basurero de plásticos del mundo. Los investigadores calculan que alberga 37,7 millones de trozos de plástico. Mientras tanto, seguimos regresando del 'súper' con envases desproporcionados que no siempre van al reciclaje, y se sigue lanzando basura al mar, que amablemente nos es devuelta a las playas. Se realizan esfuerzos por concienciar, pero como bien recuerda la que fuera eurodiputada, algunos ya llegan tarde a esas clases, y lo que más conciencia es la multa.
Sobre playas opina lo que ya sabemos: si los pies del vecino llegan a tu toalla ya no estás en la cala soñada que te vendieron como destino; porque los residentes fijos ya saben que en agosto hay que meterse en los atascos justos y esperar a que se desinfle la isla. Pero ¿es ese argumento suficiente para echar el candado al paisaje que se publicita? El litoral es público, de disfrute para todos, una de las pocas actividades que cualquiera, toalla y bocata en mano, puede realizar, ya que no todo el mundo posee un yate con el que fondear cerca de la costa. Está claro que la capacidad de carga de un espacio es limitada, pero se debe estudiar muy bien cómo se gestionan esos momentos de saturación sin caer en la discriminación. Conservación no debería ser sinónimo de privilegio.