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Contigo mismo

Oda a la banalidad

Cojeando –el tendón sigue recordándote que está ahí- logras acceder a una cafetería cercana. En el trayecto observas con envidia a aquellos/as que pueden caminar sin dificultad, mientras juguetea por tu mente el conocido aserto de «solo se valoran las cosas cuando se han perdido» (la salud, en este caso). Tu salida, un tanto temeraria, ha sido cuestión de higiene mental. Tumbado durante horas en el sofá has estado viendo diversos canales. Cambiaban las cadenas, pero no así la banalidad que emanaba de sus programas. En «Supervivientes» (acertado nombre si uno lo aplica no a los concursantes sino a los espectadores) era una sucesión de estupideces. Para empezar –pensaste- ese engendro es incoherencia pura… Qué tiene de meritorio sobrevivir en una isla si estás rodeado de cámaras y de médicos y demás servicios de urgencia por si la cosa se pone chunga… Los protagonistas del evento son o bien gentes que deben mantener una fama de baja intensidad o recuperarla, tras haberla perdido, volviendo –por decirlo de alguna manera- al circuito. Las conversaciones o discusiones, más bien, sobre cosas absolutamente irrelevantes, parecían más propias de niños/as de guardería que de seres aparentemente adultos…

Seguiste dándole al mando y de repente surgió un concurso donde la dignidad de la mujer y la del hombre quedaban por los suelos. Tanta lucha, necesaria y lógica, contra el machismo y el papel irrelevante dado, desde siglos, a la mujer, tirados por el suelo… Y es que a la postre, el dinero sigue siendo un poderoso caballero…

- ¿No habrá nada mínimamente aceptable?

- Pues va a ser que no – te respondiste-

- ¿Cuándo?

- Cuando viste una entrevista a una pija de cuyo nombre no te acuerdas y de la que nada sabes… Tras resistir a sus o sea eternamente iterados, tuviste que enfrentarte, también, a sus anglicismos… A saber: ella era una celebrity, cuya finalidad en la vida era ser del todo cool. Para conseguirlo lucía un total look y se dejaba acompañar por un hípster con el que había pasado un Fashion weekend en Miami...

- ¿Vomitaste?

- Casi…

Todo parecía confabularse, era como una revolución tonta de imbéciles, un canto a lo inane, a lo hueco…

Envejecido, pues, optaste por arriesgarte un tanto y salir… La fortuna quiso que en la cafetería te toparas con Agustín. Agustín es un lector impenitente, un apasionado de la filatelia y un cinéfilo extraordinario. De hecho, las sesiones de cinema a la fresca de Sala Augusta fueron, en gran medida, posibles gracias a él… Durante un tiempo que se alargó en el tiempo, mecidos ambos por una leve e inesperada brisa, hablasteis de como se os iban muriendo las salas, de cine negro, de lecturas compartidas. Aunque la dicha duró poco… Tras él, una chica, junto a su novio, wasapeaba. La muchacha tuvo la habilidad de hablar con su acompañante durante horas parloteando solo de estupideces relacionadas con el propio Whatsaap, con Facebook, con Twitter y con las nuevas aplicaciones del móvil que acaba de comprarse y que, lógicamente, era guay… Ni una idea afloró de sus labios.

Puede que un día, sí, dejéis de vivir un viaje para, simplemente, retransmitirlo; que, un día, en vez de salvar a alguien que se está ahogando, lo fotografiéis para enviarlo, suddenly, vía Whatsapp; que un día os quedéis sin palabras porque, para eso, están ya los emoticonos; puede que… Y, de repente, esa muchacha, hermosísima físicamente, se te antojó inválida porque todo era, en su ser, continente, que no contenido… Y sentiste pena por ella (y por todos los que, en los programas vistos, se sentían realmente importantes, incapaces de verse, tal vez, como realmente eran).

Ojalá esa adolescente se hubiera sentado junto a Agustín… Él, el cine y la buena literatura, le habrían ampliado sus miras, le habrían demostrado que su vida no era más que mera virtualidad y que su existencia la estaba perdiendo por haberse negado, hasta cierto punto, a crecer…

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