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Contigo mismo

La felicidad era eso...

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A las personas de tu barrio... No iba desencaminado Gracián cuando, en «El Criticón», señalaba: «Muere el hombre cuando había de comenzar a vivir, cuando más persona, cuando ya sabio y prudente, lleno de noticias y experiencias, sazonado y hecho, colmado de perfecciones, cuando era de más utilidad y autoridad a su casa y a su patria: así que nace bestia y muere muy persona». Todos vosotros, cuando os percatáis de que estáis ya en la mitad de vuestra existencia o, incluso, un poco más allá, os sumáis, consciente o inconscientemente, a la tesis del escritor barroco. Porque os dais cuenta de que, con frecuencia, os apartasteis del camino recto y, por eso, en cierta medida, os halláis, ahora, en esa selva oscura de la que hablara Alighieri y de la que no sabéis como salir. En roman paladino: el preámbulo de la vejez os da madurez, la que os predispone a revisar lo hecho. Y, al hacerlo, veis cosas que, de seguro, cambiaríais... Incluso, y en un alarde de sinceridad, lo proclamáis públicamente: «Ah, si pugués tornar a néixer»...

Pero nadie nace por segunda vez, ni, a excepción hecha de Bond, vive dos veces... Por eso no te duelen prendas al afirmar que la existencia es una broma de mal gusto ya que, como dijo Gracián, cuando somos mejores es, precisamente, cuando la espichamos...

«No hauria d'haver-la abandonat i quan vaig voler disculpar-me, ja no hi era... Ho donaria tot, ara, per a poder-li demanar perdó a ma mare» –manifestaba justo ayer un joven en un bar, movido por la franqueza del alcohol-. Casi siempre llegáis tarde a todas partes...

Y, aunque tenéis fecha de caducidad, no sois yogures y, consecuente y afortunadamente, la desconocéis... Tampoco vivís marcha atrás ni tenéis capacidad alguna para modificar el pasado. Por no poseer no poseéis ni futuro, porque este se configura, únicamente, a golpes de actualidad. Pero presente, presente, sí que tenéis. Por tanto, ¡al loro! Sois previejos, efectivamente... Que, con frecuencia, la habéis jodido, también... Que podéis quedaros en los lindes de la desesperación llorando como niñatos, alelados, con auto-justificaciones inútiles, pues que ¡vale! No obstante, disfrutáis aún de la posibilidad de iluminar los días y las horas que subsistan... Reparando lo que se pueda o, en su defecto, inundando de dignidad lo que os quede por vivir...

Porque ahora sois o deberíais ser más sabios... Podéis tocar a una puerta a la que no tocasteis porque el orgullo os lo impidió... Podéis verbalizar el adverbio 'no' sin adobarlo con falsas excusas y mandar al quinto pinto a las personas tóxicas que os consumen. Y decir abiertamente lo que pensáis, que para eso muchos de vosotros ya estáis jubilados... Podéis salir a la calle sin el móvil, que no os atacará ningún velocirraptor. O echar un cable a alguien que lo urge. Podéis pedir perdón y darlo. Podéis pasear modificando ese careto de amargado visceral por otro más llevadero y repartir empatía... Y podéis...

Y podéis descubrir, tarde, aunque no mal, que la felicidad era eso que os estuvo rodeando mientras la estabais buscando...

A estas alturas de tu existencia te sientes bien porque estás tranquilo, porque te acaricia la paz, porque vives en un barrio en el que te sientes querido, porque, de momento, puedes llevar una vida con achaques, pero con dignidad, porque te agrada desayunar en compañía de buenos amigos que se preocupan por ti y te llaman si un día faltas a tu cita matutina en la Penya del Barça al saber que vives solo, porque hacen otro tanto tus vecinos y las empleadas y el empleado del súper que está justo enfrente de tu casa, porque te agrada conversar con el dueño de la librería, lo que no te impide, a la par, añorar poderosamente a su antigua responsable, porque hay mucha buena gente en tu entorno y gente ejemplarizante, porque...

Pensaste, de joven, que la felicidad era otra cosa: tener recursos, fama, poder... Ahora Gracián y Alighieri te descubren lo que, en el fondo, siempre supiste: que la cosa era, al fin y al cabo, mucho más sencilla... Y mucho más hermosa...

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