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Vía libre

Un mal sueño

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Juicio rapidísimo, tanto, que el autor del reciente atropello mortal en la carretera de Maó a Alcalfar a un ciclista británico, un ciudadano norteamericano, no tuvo que pagar ni fianza para eludir la prisión provisional. No le dio tiempo. A estas horas debe estar a miles de kilómetros de distancia, en su país, y este capítulo en Menorca pasará a ser para él como una pesadilla de la que ya ha despertado. Algo con lo que cargará toda la vida –quiero suponer–, pero su vida seguirá, mientras que el padre de tres hijos, que salió a pasear con su bicicleta una tranquila mañana de domingo, ya no volverá. El muerto siempre pierde.

Como el de este veraneante atropellado tenemos casos tristemente recordados en Menorca, el que más conmoción causó el de los cuatro ciclistas arrollados en el verano de 2010, dos de ellos fallecidos en el acto. Suceden casi a diario, accidentes y atropellos en los que están presentes el consumo de alcohol y drogas, a veces en cantidades pequeñas otras ya con conductores que son un peligro público, absolutamente dopados al volante. Pocos días después del accidente en Alcalfar una mujer se llevó por delante a un pelotón de ciclistas alemanes en Capdepera, en Mallorca, otro muerto engrosó esta macabra lista. Hasta cuándo se va a permitir el consumo por poco que sea de alcochol al volante, me pregunto. Y si uno toma medicamentos que merman sus reflejos, aunque sea con receta, ¿no es también cierto que en los prospectos deja claro que no se aconseja la conducción? Es tremendo pensar cuántas personas circulan sin estar en condiciones para hacerlo y muchas ni siquiera son conscientes de ello. Aunque en un accidente confluyen numerosos factores, circunstancias que deben ser determinadas por peritos, equipos de atestados y jueces, todo este suceso deja un regusto amargo.

Es cierto que probablemente entrar en la cárcel no solucione nada, que al final la única vía posible es la civil, en la que todo se reduce a poner una cifra, un consuelo económico. Pero sucesos como estos dejan la sensación de que una vida vale bien poco, salvo para los que lloran la pérdida.

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