Hoy se escuchan voces jóvenes e inexpertas que dan lecciones de todo. La experiencia, ante tanta desfachatez y osadía, se va quedando muda. No quiere molestar, tan modesta y prudente como es ella. Apenas se la oye ni se le presta atención. Hay voces antiguas que vienen de lejos, pero muchas quieren hacerse pasar por creativas y aparentar novedades. Sienten el complejo del «pasado de moda», de lo retro. Asusta lo viejo, débil, enfermizo. Y no nos va lo mortal. Seducidos por la vanidad de la belleza exterior y sus logros, por la energía adolescente que sueña mundos y utopías, los que tienen más edad nos parecen decadentes y hasta costosos económicamente.
Producir, consumir, innovar… son los mandamientos actuales. La voz de la experiencia se queda afónica de tanto gritar, en medio de un ruido ensordecedor que casi la ahoga. La política cleptómana, el telepredicador subvencionado, el mesías populista o el militante recalcitrante, nos entretienen con sus gracias y desgracias, mientras intentamos que no se vaya todo al carajo. No nos iría mal escuchar la voz de la experiencia. Como decía Machado: «a distinguir me paro, las voces de los ecos».
Es una oportunidad irrepetible, porque esa voz preciosa que escuchamos ahora, no vivirá eternamente.
Las voces se apagan como antorchas en la oscuridad. Podemos perdernos lo que otros han pensado, dicho, hecho, o sido antes que nosotros. Somos un pasado sediento de futuro.