Ver una marta salvaje -martes martes- es difícil aun donde la especie no esté rarificada, pero estar sentado a las nueve de la mañana desayunando en el bar del Hotel Plaza de Cangas de Onís, y desde el ventanal que da a la calle Roberto Frassinelli, por la acera del otro lado de la calle (no más allá de cinco metros), ver pasar uno de estos mustélidos que sin correr, se dirigía probablemente al interior del tronco de algún viejo árbol donde tenía su cubil, debe de ser algo que me ha pasado a mí y quizá a nadie más. Dejé el bocatín y el café sobre mi mesita y salí zumbando por en medio de la gente que en esos momentos estaba llenando el bar. Volví a ver la marta unos segundos pero desapareció entre la arboleda. Tres mañanas estuve desayunando en la misma mesa sin perder de vista la calle donde había visto a la preciosa marta. Se da la casualidad que la hermana que junto a Fernando atienden el hotel, se llama Marta. Por eso cuando venía a preparar sus fantásticos bocatines, se acercaba a la mesa donde yo tenía la mirada perdida en la acera de la calle, y me preguntaba: ¿has visto a mi tocaya?
La busqué también por las calles y plazuelas aledañas, preguntando a los barrenderos y uno me dijo que algunas veces la veía, sin embargo no sé de nadie más que desayunando en el bar de un hotel haya visto a cinco metros una marta salvaje.