Al grano, que hay pocos caracteres, no olvidemos nunca, queridos lectores, que la pereza nos hará libres. ¡Ya está bien!, todo gira alrededor del trabajo, o por su ausencia o por su exceso, y eso no es nada sano. ¿Quien nos engañó?, ¿qué mente perversa sacralizó el trabajo? Si ya Platón y Aristóteles veían el trabajo como algo humillante, si ya los romanos sabían que el ocio, es decir el cese de la actividad productiva, era la condición perfecta del ser humano, ¿porque una mente retorcida y maligna puso la pereza como un pecado capital? El que no reconozca que estar sentado al fresco mirando una playa de Menorca, o tumbado en el sofá escuchando música es completamente necesario, es que no entiende nada, y seguramente se gasta una pasta en terapias y ansiolíticos.
Esta sociedad alaba al adicto al trabajo, que acabará con un infarto de los de triple baypass, y menosprecia al ocioso, porque en el fondo nos corroe la envidia cuando vemos a alguien tomarse una hora para desayunar, o charlar con un amigo sobre la vida sin intención de llegar a ninguna parte.
Desconfíen de quienes acortan las sobremesas porque siempre tienen que estar haciendo algo. No pondría mi vida en las manos de los que no saben escuchar, son peligrosos. Miren ahora, en la recta final de su alocada carrera por conseguir nuestros votos, como los candidatos a ocupar sillas públicas, hablan a todas horas, de todo, sin escuchar a nadie, y encima nos venden el camelo de la cultura del esfuerzo y bla, bla bla.
Pues a pesar de todo, sé que muchos conciudadanos votarán a líderes y partidos que hablan de penas de muerte, de odio al inmigrante, de desprecio al homosexual. Conciudadanos que votarán a líderes y partidos a los que les importa un carajo los asesinatos machistas, y a los que el cambio climático se la suda con todas las letras. Partidos y líderes políticos que cerrarán escuelas y hospitales públicos para ganar pasta con el negociete privado. Votarán a líderes corruptos, que rezuman testosterona, aporofobia y mucha mala hostia. Lo sé yo, y lo saben ustedes, y frente a eso ¿qué podemos hacer?
No tengo ni idea, si lo supiera, por pereza que me diera, ya lo habría hecho. Igual es que la condición humana nos lleva a la extinción, no lo sé. Pero si hay algo que no les mola a estos personajillos siniestros es que bajemos la productividad. Conocemos su secreto, ¡ellos odian trabajar!, por eso nos necesitan, para cuidar sus hijos, para arreglar sus coches, para cortarles el césped, o vigilar sus casas. Por eso nos vendieron la trola de que el trabajo dignifica, aunque sea con sueldos basura, y esas paparruchas absurdas. Se tendrían que ir a hacer puñetas, sería lo justo.
Sin embargo iré a votar, con la pinza en la nariz, no hay otra, nos obligan a elegir por el mal menor, y esa elección es más triste que comprarte una camiseta fosforito en Decatlón para ir a tomar cañas los domingos. Después iré a una comida donde se celebran dos cumpleaños, esperamos que se coordinen para que solo haya un cocinero, los dos anfitriones manejan muy bien los fogones y no estoy para peleas gastronómicas que, como buen zampón, me dan pereza. Y sobre todo que no me dejen sin pastel de plátano, lo hace mi suegra y es el mejor del mundo, sin discusión. Es un placer, cucharita en mano, perder la vista en el vacío y saborearlo con mayúscula parsimonia. Ese día no haré nada más, suficiente para un perezoso. Reservo mi escasa energía productiva para desearles que, pase lo que pase, tengan ustedes un feliz jueves.