No es nuevo ni mucho menos. Hace ya muchos años que el Londres más siniestro saca rendimiento a la ruta de Jack el destripador, pero el turismo de muerte y sucesos escabrosos parece estar tomando una nueva dimensión, tanto que ya se le ha puesto nombre, claro, tanatoturismo lo llaman. A ello están contribuyendo de manera especial las series de las plataformas digitales y las redes sociales. Los clientes de estos recorridos parecen sacar un gusto especial y difícil de entender por los lugares donde han ocurrido catástrofes o el ser humano ha dado rienda suelta a su bajeza. Una puede entender que una visita a un campo de concentración nazi pueda perseguir el afán de conocer la historia en un intento de no repetirla.
Chernobyl, desde que se ha lanzado la serie del mismo nombre sobre el infierno nuclear vivido en esta ciudad de Ucrania, es otro de esos destinos al centro del sufrimiento que está en auge. Recorrer sus calles y edificios fantasma puede ayudar a comprender el poder destructivo de la humanidad y a evitar los errores que condujeron a la hecatombe. Pero ¿qué sentido tiene autofotografiarse haciendo posturitas -y publicarlo en Instagram-, delante de una cámara de gas o en las vías del tren que conducía a los judíos hacia el exterminio? Los responsables del Memorial de Auschwitz tuvieron que recordar hace unos meses que se debe mantener una actitud respetuosa, porque allí fueron asesinadas más de un millón de personas. Fue después de ver publicadas fotografías de postureo hechas en el interior del campo en una red social. Ahora ha surgido una nueva ruta del horror todavía menos explicable, conocer los lugares en los que se cometió el terrible crimen de las niñas de Alcàsser, también a raíz de una nueva serie documental. Un caso reciente, tratado sin pudor por los medios, que aún duele a toda la sociedad, imagínense por un momento a sus familias. No logro entender ese insano placer por un crimen horrendo, ni mucho menos el inmortalizarse en el lugar de los hechos. Está claro que cada uno viaja a donde quiere y visita lo que le apetece, pero el cachondeo y el morbo mejor dejarlos en casa.