Cuando vemos alguna de las películas sobre la situación europea en los años 30 o leemos libros sobre lo que pasaba en aquellos años a veces se nos ponen los pelos de punta. Las historias sobre los campos de concentración nazis en donde judíos, republicanos españoles huidos, comunistas, etc. eran exterminados de la forma más cruel hacen que nos preguntemos cómo podía pasar todo esto.
¿Cómo una sociedad occidental y nominalmente cristiana podía tolerar esa crueldad? Desgraciadamente hay respuesta fácil, como nosotros lo toleramos. En la frontera sur de Estados Unidos tenemos ahora los centros de detención de migrantes. No los llamamos campos de concentración ya que suena mal, pero no hay mucha diferencia con ellos. Allí se hacinan cientos de personas en condiciones inhumanas. Por otra parte están los muertos en pateras en el Mediterráneo y los detenidos en los CIE en Europa.
Hace unos días narraba uno de los periodistas del «Washington Post» que acompañaba al vicepresidente Pence durante una visita a uno de estos centros lo que él vio: «400 hombres apretados dentro de jaulas sin suficiente sitio para todos poderse acostar sobre el suelo de cemento. No había ni colchones ni almohadones para los que habían conseguido encontrar suficiente espacio para tumbarse. El mal olor de sudor llenaba el aire». Si esto es lo que se veía durante una visita oficial, se puede imaginar lo que pasa cuando no hay visita oficial. Para Pence no había realmente ningún problema. Según dijo, él habló con varias personas del centro y todas le dijeron que los trataban bien.
Días antes la representante Alexandria Ocasio-Cortez había visitado algunos de estos centro y centros donde están confinados los niños que han sido separados de sus padres en la frontera. Otro de los aspectos más horribles de esta situación. Ella calificó estos centros de campos de concentración. Eso le valió muchos ataques. Por una parte, los republicanos diciendo que era propaganda demócrata, Trump ha coronado esto con insultos racistas a ella y a otras tres congresistas de color. Por otra parte grupos judíos que consideraban que llamar campos de concentración a los CIE rebajaba el horror de los «auténticos» campos de concentración y era insultar la memoria de los que murieron en el holocausto. Siempre hay razones de ataque contra quienes llevan a los ojos de los ciudadanos esos horrores que existen.
De hecho han muerto niños en estos centros de detención y ha habida una madre que ha llevado el caso de su hija al Congreso. Yazmin Suárez declaró como su hija de 19 meses murió a las pocas semanas de haber sido liberada de uno de estos centros. La muerte fue debido a la dejadez y mal tratamiento que sufrió en el centro de detención.
Mientras, Scott Warren, un joven de 36 años profesor de Geografía y que dejaba agua, alimentos y medicinas en el desierto para que los migrantes que pasaban por allí tuvieran un mínimo para sobrevivir, se enfrenta a una posible condena de 10 años de cárcel en Arizona. Se le acusa de tráfico de personas. Igual que la capitana del «Sea Watch», Carola Rackete, se enfrente a una posible condena del mismo tipo por salvar vidas en el Mediterráneo.
Para Europa, los campos de exterminio son ahora el Mediterráneo y alguno de los países costeros. Es un estilo diferente al americano pero en el fondo es lo mismo y el horror puede ser aún mayor si se contabilizan los muertos. Ahora para algunos gobiernos europeos, los malos a quienes se persigue son las ONG que intentan salvar vidas. Estas están amenazas de multas y con castigos aun mayores como en el caso de Rackete.
Sí, el número de muertos aun no es comparable al caso del Holocausto, pero ¿hemos de esperar a que lo sea para elevar nuestras voces en protesta?