Entre la fiesta y la siesta, el verano transcurre como río caudaloso que desemboca en la oficina, cuando llega septiembre y las otoñales lluvias que todo lo refrescan. Esperando el tiempo de los esclata-sangs, nos disponemos a cambiar la ropa del armario, guardando la de playa para sacar la de abrigo, por si acaso. Todo el mundo habla del cambio climático. Ahora parece que el brexit va en serio. Dos rubitos tarambanas, uno en Washington y el otro en Londres, están contra la Unión Europea. Levantarán barreras por todas partes y fronteras donde no las había. Todo por el miedo a la invasión de gente sin recursos (los ricos no problem, aunque vengan de la Conchinchina) que no saben digerir las sociedades opulentas. Con el añadido del pánico a la competencia comercial y a la inmigración, del yanqui deslenguado. También existe pobreza en las sociedades opulentas, y miedo a perder la identidad unitaria y el control férreo que anhelan todos los nacionalistas. Por eso el nacionalismo es el populismo por excelencia. Sueña con la pureza de la raza y los tropecientos apellidos sin mancha foránea. Todos a una, como Fuenteovejuna. Paranoia frente al terrorismo de última generación. ¡Que el Estado nos proteja! Será necesario repensar- la democracia para hacerla efectiva hoy, tan amenazada por todas partes. No puede ser solo un decorado resultón.
Cuando consigues que los demás no puedan entrar, resulta que tú tampoco puedes salir.