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¿Tiene caldereta sin langosta?

Un divorcio generoso

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Kelly y Dan eran amigos desde la infancia. Apenas habían alcanzado la mayoría de edad cuando empezaron a salir. Poco tiempo después, se casaron. Cuando llevaban un año casados, Dan recibió una terrible noticia: padecía una enfermedad renal que no tenía cura. En menos de diez años, Dan necesitaría un trasplante para seguir viviendo. A medida que empeoraba el estado de salud de Dan, el ambiente familiar se fue tensando hasta el punto de que, debido a diversos problemas laborales, la pareja decidió separarse. Cinco años más tarde, Kelly se enteró que su ex marido se encontraba en lista de espera para recibir un trasplante de riñón. Sin pensarlo dos veces, se ofreció como donante. Tras comprobar que los órganos eran compatibles, Kelly siguió adelante con la donación. La operación fue un éxito. En el Guy´s Hospital de Londres nunca habían tenido una situación similar. Cuando los periodistas conocieron la noticia, Kelly respondió a los medios que donó el riñón para que sus hijas no se quedaran sin padre. «Puede que no estemos casados ahora, pero todavía somos una gran familia y tuve que hacer ese sacrificio para mantener a nuestra familia unida», comentó Kelly.

La ruptura de una relación sentimental supone el fracaso de un proyecto de vida en común. Cuando dos personas se casan o se comprometen a vivir juntos, dibujan un mapa de sueños, ilusiones y retos que piensan recorrer juntos. Tener una casa, hijos, hacer viajes, disfrutar de la compañía de otro forman parte –entre otras muchas cosas- de un proyecto nuevo que requiere de una elevada dosis de compromiso, respeto y empatía hacia el otro. A pesar de los intentos de salvar las relaciones, en muchas ocasiones, acaban fracasando y, entonces, surge el problema de cómo regular los efectos de esa separación. Aquellos defectos que anteriormente se perdonaban –o, a veces, solo se toleraban en la creencia de que en el futuro se iban a remediar- pasan a convertirse en excusas para ‘demonizar' a la ex pareja. En apenas unos días, muchas parejas rotas adoptan una visión maniquea del otro. Se produce una suerte de ‘efecto halo' inverso centrado en observar exclusivamente aquellas cualidades (malvadas) que han provocado la ruptura de la relación. Este proceso emocional impide sentarse a negociar un convenio y establecer unas reglas comunes que, basadas en el respeto, permitan a cada uno rehacer su vida. Cuando se produce esta situación, muchas parejas se ven abocadas a un juicio en el que –en mayor o menor medida- tendrán que exhibir su vida privada. El juez deberá entrevistarse con los menores, situación que produce un elevado grado de estrés y ansiedad, máxime cuando los hijos se ven inmersos en un conflicto de lealtades. Ante la incapacidad de los padres para encontrar consensos, la sentencia impondrá un nuevo estilo de vida que posiblemente no satisfaga los intereses de las partes implicadas y, en ocasiones, sirva de excusa para forjar un relato de ‘ganadores/perdedores' que recrudecerá el conflicto.

Aunque se trata de un caso excepcional, la historia de Dan y Kelly sirve para reflexionar sobre la importancia de la generosidad en la ruptura de las relaciones sentimentales. Cuando los padres sufren por el fracaso del proyecto que habían construido juntos, resulta muy difícil comprender el punto de vista del otro. Todavía más complejo resulta tener una visión de conjunto centrada en el bienestar de los hijos. Los niños pueden comprender –aunque resulta doloroso y, en cierta medida, desconcertante- que los padres se separen. Sin embargo, jamás comprenderán por qué esa circunstancia se utiliza para olvidar el respeto hacia el otro progenitor. Una ruptura consensuada no destruye la familia, sino que la transforma para someterse a unas diferentes reglas de convivencia. Gracias a la generosidad –siempre frágil, endeble, en constante lucha contra el egoísmo-, se puede construir un espacio común que proteja a los hijos. Quizá sea el momento de recordar las palabras del Dalai Lama: «Si alguna vez no te dan la sonrisa esperada, sé generoso y da la tuya. Porque nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa como aquel que no sabe sonreír a los demás».

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