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Contigo mismo

Votar a una anciana

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Ves un reportaje sobre el Mayo del 68. Y reaparece aquella emblemática frase de «¡La imaginación al poder!»… Si fuera posible –piensas ahora- insertar un emoticono en esta página, optarías por ese que está permanentemente llorando, con esa lágrima eternamente indecisa y que no acaba nunca de caer… Como esa otra, la de la enamorada mujer de la rima XXX de Bécquer… ¿Por qué? –te preguntarán-. Porque en la actual clase política la imaginación brilla por su ausencia y, cuando se da, no es para fines benéficos, para reconstruir puentes, sino más bien para quebrar tejidos sociales y dinamitar enlaces –contestarás-.

Por eso, si no la hubiera espichado –escribes- hoy votarías a doña Remedios. Un nombre que, por cierto, le cuadraba a la perfección. Cortés, dicharachera, educada, inteligentísima, menuda, tenía como un algo a lo Miss Marple. ¡Ya saben! La inefable ancianita creada por Agatha Christie… Vivía en tu calle y solías encontrártela, frecuentemente, en el súper…

- Te estás enrollando...

- Sí…

Pues irás al grano –continúas-, como, en conocido chiste, diría un dermatólogo. Reme, cuando tenía un problema con algún vecino o con cualquier hijo de vecino –que son cosas algo distintas- intentaba resolverlo con educación. Su paciencia era casi infinita. Y dices «casi» porque, cuando la extraviaba, la buena mujer se mudaba en un ser letal. No por la violencia de sus acciones, recurso solo apto para canallas, pero sí por la solución imaginativa que siempre hallaba al conflicto…

Ejemplo I.- Doña Remedios se quejaba, y con razón, de que el vecino del cuarto le tiraba a su patio de luces, y desde una de sus ventanas, objetos, basura, etc. Reme optó entonces por hablar con el desalmado –primero- y con el presidente de la comunidad y con el administrador, después… No tuvo éxito. Luego escribió notitas que dejaba por aquí y por ahí: en el ascensor, en el rellano, en... El guarro se empecinaba entonces en aumentar el grado de perversión y mudaba el espacio de la anciana en verdadero estercolero… Hasta que, cierto día, tu Marple personal hizo uso de su arma preferida: la imaginación. Con enorme paciencia, recogió en una bolsita transparente la inmundicia que le lanzaba el del 4º, sí, y, seguidamente, depositó la citada bolsita en el buzón del desaprensivo. Cuando recibió la reprimenda del agresor, doña Reme, con voz angelical, le espetó: «Mi padre me enseñó que uno debía devolver lo que no era suyo. Y eso es, precisamente, lo que he hecho y seguiré haciendo…». ¡Mano de santo, oigan! El patio de luces nunca más volvió a ser ultrajado…

Ejemplo II. Sabiéndola creyente, un conocido (al que ella sí respetaba en su agnosticismo) se obstinaba en reírse de sus convicciones de manera sistemática y pública. Hasta que, harta, tu Marple le preguntó al susodicho si quería ver el rostro de Dios. El tocakinders, asombrado, le dijo que sí. La viejecita se sacó de un bolso una foto y le mostró al interesado una instantánea. En ella, un viajero hacía senderismo bajo el manto de una naturaleza espléndida, inigualable… Una frase acompañaba la imagen. Una frase en la que Dios–y refiriéndose a la belleza del entorno- le inquiría al caminante: «¿Qué más puedo hacer para que creas en mí?». El acosador optó por enmudecer…

Ejemplo II. Cotillean que un matrimonio, que jamás dirigía la palabra a sus vecinos, llamó a la puerta de la anciana para rogarle que les prestara una botella de gas. Reme aceptó y se la entregó. Su despedida fue genial: «¡Qué alegría me acaban de dar! ¡Y pensar que, como no saludan a nadie, creíamos todos que ustedes eran mudos!».

Ahora entenderán por qué votaría a doña Reme. ¡La imaginación al poder! Efectivamente. Pero ejercida desde la razón, la sutileza, la bondad, la inteligencia y la elegancia… ¿Queda de eso en botica? ¿Hay alguien ahí que posea alguna de esas virtudes, salvando raras excepciones? ¿En la clase política? Seguir sería algo retórico… Porque ustedes conocen, perfecta y desgraciadamente, la respuesta… Sobre todo ella…

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