Pasará. No hablo del virus, que lo hará, hablo de la sobredosis de gente con ganas de salir a hacer ejercicio que nos complica a los que salimos por convicción y por necesidad. El pistoletazo de salida a la primera fase, la 0, ha propiciado escenas dantescas en las rutas habituales de los que corremos. Hay algunos que recuperan poco a poco el hábito de salir a trotar para airear las ideas o para justificarse la cena de después, mientras que otras han aprovechado la carta blanca para salir, aunque tengan que desempolvar el último chándal que compraron y que les da un aspecto de viajero en el tiempo que roza el ridículo.
Hemos convertido el rato de paseo, mayoritariamente a las 20 horas, en el momento del día de salir a verlas venir. Si quisiésemos salir a hacer deporte exclusivamente y porque el cuerpo nos lo pide lo haríamos, por ejemplo, a las 6 de la mañana, o a las 8, donde el riesgo de contagio de la covid-19 es mínimo o más probable de pillar un resfriado porque todavía refresca. Pero no, salimos a las 20 para que nos vean. No salimos a hacer deporte, en muchos casos salimos a hacer el idiota. Y el idioto, claro.
Creo que nos equivocamos completamente si entendemos que el lunes nos dieron permiso para salir a correr. Los que mandan nos dieron la oportunidad de ser responsables y responder a ese ofrecimiento con el sentido común y no con la picaresca española, tan nuestra. Nos dejaron salir, sí, pero a cambio de hacerlo de una forma eficiente para evitar en nuestra mano un rebrote.
Los primeros días han servido para ver que seguimos igual de egoístas. Basta con darse un paseo a las 20 horas por el puerto de Mahón para ver que no hay ni orden ni criterio. Cada uno va como quiere y por donde quiere obligando al que busca cumplir las normas a tener que improvisar evitando distancias cortas. Creo que hemos olvidado un detalle insignificante, no nos encerraron por el riesgo de coger el virus, lo hicieron para que no colapsáramos los servicios sanitarios. Y con tanta imprudencia lo que hacemos es ir recogiendo números para ganarnos unos asientos en primera fila para el covid-20, el primo mazado y evolucionado del covid-19.
Tengo la esperanza de que esta revolución del fosforito y las bambas pasará, como ocurre a principios de cada año cuando las salas de los gimnasios se llenan más de ímpetu de convicción en enero y en febrero ya vuelven a estar habitadas, únicamente, por los parroquianos habituales.
Imagino que la mayoría volverá al auto confinamiento, no por precaución, sino porque recuperarán los hábitos sedentarios. Con fosforito o sin fosforito.