Vivo al lado de un parque infantil. Cerrado. Sin niños. Dicen que es por un bien, pero a mí ese silencio me provoca más inquietud que otra cosa. No sé, queridos lectores, pero el ruido de los niños jugando al aire libre en un parque me arrulla y me tranquiliza. Y por el contrario, ver los los columpios vacíos e inertes me da muy mal rollo. Y les confieso que ya no soy usuario, después de muchos años que me costaron un codo de tenista a base de: «Papi, me empujas el columpio más fuerte», a mis hijos les dio por crecer y ahora están a otras cosas. Sin embargo, aun no usándolos, les digo que no encuentro un termómetro mejor de la vida y el futuro que tendrá un pueblo que viendo los parques infantiles llenos de niños y niñas correteando de un lado para otro.
Sí, lo sé, los míos son los problemas de un hombre blanco heterosexual del primer mundo, y lo que realmente desasosiega el ánimo es ver el drama humano de los miles de inmigrantes que están siendo tratados como ratas en la isla de Lesbos. El mayor campamento de refugiados de Europa, Moira, ardió por los cuatro costados y ahora todos esos hombres, mujeres y niños huyen por la isla hacia ninguna parte. Sacando los colores de la vergüenza, por enésima vez, a la vieja y cada vez más casposa Europa. Ahora, es curioso como muchos de los de golpe en el pecho y misa diaria, miran para otro lado cuando de personas inmigrantes se trata. Para defender la tortura animal en una plaza de toros sí que salen a la calle aporreando las cacerolas con palos de golf. Pero, oye amigo, si de niños inmigrantes hablamos miran para otro lado, o aún peor les criminalizan, con la misma facilidad que con la que se llenan la boca diciendo España mientras se llevan la pasta a paraísos fiscales. Porque es muy de ellos pensar que la patria la han de mantener los que curran, ellos ya están a banderas que tapen el expolio que le hacen a todo lo público. Y aquí dejo este párrafo, me voy al punto y aparte que me he tomado dos cafés y no quiero que me suba más la tensión.
Nivelemos los odios e intentemos, por una cuestión de supervivencia, ser contundentes pero sin caer en sus malas artes. Hace unos pocos días se cumplió el centenario del nacimiento del poeta y novelista uruguayo Mario Benedetti. Escribió un montón de obras, seguro que muchas infumables, pero también tiene auténticas maravillas. Y me ha dado hoy por buscar unas de sus frases y quedarme con esta: «Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia». Me mola un montón la frasecita. En estos tiempos llenitos de haters que escupen su bilis sin descanso, optar por amar como mecanismo de resistencia me parece sublime. Ojo, que no se confíen los violentos, que amar no es ser un pusilánime que pone la otra mejilla. Amar y ser amado te da una fuerza de la hostia, y cuidadito que esa fuerza no se use para defender en lo que uno cree. Porque seguramente que no moveremos el statu quo, pero algún susto se pueden llevar los malotes que viven atrincherados en sus mansiones. ¿Ha sonado muy macarra? Lo siento, me ha salido una pulsión ‘carabanchelera' que, tras décadas en Menorca, hace mucho tiempo que no sentía.
Y termino dejándoles con una pregunta: ¿los mismos que se tragaron que funcionaban los crecepelos, son los que ahora argumentan teorías conspiranoicas basándose en vídeos de YouTube? Madre mía, menos mal que han encontrado vida en Venus, aunque les confieso que hasta que no se pueda plantar lúpulo allí, conmigo que no cuenten para la mudanza. Feliz jueves.
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