Cuentan que esa vieja tienda en la que se vende ‘decencia' está a punto de cerrar por falta de materia prima. Cuentan, igualmente, que el último cliente en entrar fue don Julio. El dueño del establecimiento, don Luis Pons, no es comunista, pero, sin embargo, respetaba a ese cordobés por su coherencia evidenciada cuando, tras abandonar la política, renunció a prebendas y regresó, como maestro, su oficio, a sus aulas. Chapeau!
El señor Pons –dicen- heredó el negocio (rodeado hoy de franquicias y tiendas de ropa) de sus abuelos. El local aseda, bañado por tiernas luces ocres que iluminan, como en un óleo barroco, los productos en venta, aquietados y somnolientos en las cansadas estanterías… ¿Qué productos? Palabra, honradez, honestidad, valor, solidaridad, verdad, compromiso y, sí, decencia… La tienda, actualmente, parece, sin embargo, una obra de Hopper en la que únicamente el tendero, el silencio y el polvo habitan su interior. Nadie muestra interés por sus existencias.
No entra ya, por ejemplo -¿entró alguna vez?- ese alto mandatario augusto y emérito que, tiempo ha, juró lo que no debió de jurar; que se llenó la boca con el nombre de su reino, que rezumaba ejemplaridad y que, de repente, movido por siempre presuntas irregularidades, prestó, con su ausencia, triste favor a su tierra, al orden establecido y a un espíritu sin nombre nacido en un glorioso 1978… No entra ni muestra amor alguno por las vasijas que contienen ‘respetabilidad', ni por las botellitas de opaco verde oscuro donde puede leerse un «dar la cara»… Don Luis, de tarde en tarde, se acuerda de esa foto en la que estaba, orgulloso, junto a ese cliente vip y que rompió cuando éste apareció al lado de un elefante en cuya mirada sin vida yacía un porqué…
Nunca la visitó, tampoco, quien, maquiavélico, retorció y vendió pilares de su país hollywoodiense «Por un puñado de dólares», o de votos. Que «La Muerte tiene un precio», pero también el poder… Si en la tienda que cerrará –seguro- se hubieran vendido canciones, ese cliente jamás habría optado por «La oreja de Van Gogh», especialmente por su tema ‘Jueves', ese en el que dos viajeros enamorados expresan por vez primera su amor en un tren, en Madrid, un 11 de marzo, cerca de Atocha… Porque, aunque nada tuvo él que ver con eso, ‘Jueves' podría evocarle un Viernes 19 de Junio de 1987 y hacerle ver que, en ocasiones, un vagón puede ser un supermercado con veintiún muertos en su interior… Autorías distintas, mismas entrañas. En palabras de Manrique «que allegados son iguales»… Y podría, también, recordarle que, a pesar de su inocencia clara con respecto a esos dos hechos, su supervivencia actual depende, en parte, de los herederos de esa gentuza que, sin remordimiento, pululan por el solar patrio con un acta sonrojada bajo el brazo…
Antes –medita ahora el sr. Pons- los grandes hombres se caracterizaban por un estar dispuestos a todo a la hora de defender sus creencias: la cárcel o la muerte, incluso. Mientras asea nuevamente el local, cansado, toma conciencia de que lo suyo no tiene cura, de que esa tiendecilla no es de este mundo, de que sus pociones y virtudes han caído en desuso, que tendrá que aceptar, final e irremediablemente, esa oferta de compra formulada (¡cómo no!) por una multinacional…
¿Y ese otro? ¿Y ese otro cliente? Don Luis Pons recuerda sus ideales, los que se hicieron cobardemente telemáticos cuando la cosa se puso chunga. Ahora vive en una ciudad con nombre que huele a canción de Abba. Otros compadres suyos, por lo menos, tuvieron la honorabilidad de quedarse… ¿De dónde nace, pues, tanto respeto hacia su persona? ¿De la ceguera?
¿Cuántos Julio cordobeses habrá? ¿Quedarán estadistas? ¿Hombres coherentes? ¿Quedarán demócratas valientes? ¿Podrá sobrevivir finalmente la tiendecilla? Llegados a este punto, don Luis reflexiona. Luego, envejecido, coge su viejo ‘bic' y estampa su firma en un papel que se va discretamente humedeciendo, ahí, ahí, sí, donde dice ‘el vendedor', en la página dos de una oferta de compra… De una multinacional…