A las puertas del fin de semana el Govern dejaba caer un tuit globo sonda que afecta al mundo del deporte, la obligatoriedad de tener pauta completa de la vacuna para entrenar, competir o acceder a gimnasios. Será a partir de septiembre, pero ahora, en plena canícula, los afectados aún no saben ni por dónde van los tiros, la pandemia les tiene mareados como a todos. De momento es curioso que mientras los negocios del ocio nocturno pidieron en julio reservarse el derecho de admisión solo para vacunados, su propuesta cayó en el olvido porque chocaba directamente con la voluntariedad de la vacuna. Esta medida en nombre de la seguridad en el deporte, que además afectaría a menores de edad, también lo hace. Pero está en la línea de las que ya se están aplicando en países de nuestro entorno y que han provocado fuertes protestas.
La realidad es que el certificado de vacunación contra la covid-19 surgió como algo muy positivo para permitir la movilidad, facilitar los viajes, algo que beneficia especialmente a los destinos turísticos y que no es nada diferente de lo que ya se hace –sin tantos aspavientos ni sospechas conspiranoicas–, cuando se viaja a determinadas zonas del planeta. Pero de ese objetivo inicial se está pasando a que la vacunación sea requerida en países como Francia e Italia para ir a un restaurante o un centro comercial.
Lo cierto es que se veía venir, pero sigue siendo controvertido, especialmente cuando se trata de limitar el acceso a un servicio público pagado por todos como puede ser un polideportivo.
España no ha entrado todavía en el club de exigir el pase covid para actividades de la vida cotidiana, pero como siempre el discurso es contradictorio y la vacuna opcional se queda en la teoría cuando se te van cortando posibilidades, no se habla claro, por temor a los reveses judiciales. Lo peor es que cuando a la gente se le quiere imponer algo, más se empecina en resistirse.