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Contigo mismo

Sinceridad te doy que para mí no quiero...

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Son cosas propias de la vejez. O de la experiencia. O de ambas cosas a la vez.

- ¿El qué?

Tu escepticismo –tardío-. La poca paciencia que tienes, ya, para ciertas cosas o, todavía peor, para determinadas personas. Tu paulatino aislamiento. Tu incapacidad reciente para aguantar irrefutables tonterías… Tu disminuida fe en el hombre y en su capacidad de regeneración… Actitudes que te inducen a creer que Enrique Jardiel Poncela tenía razón cuando afirmaba: «La sociedad es un organismo podrido que se conserva bajo el hielo de la hipocresía».

- ¿La última decepción?

La que sufriste a tenor de la pandemia. Pensaste, ¡estúpido!, que la constatación de vuestra fragilidad, el aislamiento impuesto, el tiempo regalado que propiciaría la reflexión, la indudable alteración de valores y un largo etcétera os mejoraría éticamente, humanamente… Y así lo constataste –pides ahora perdón a tus posibles lectores- en unos pequeños artículos bajo el título genérico de «Cuarentena». Como la paloma de Alberti, te equivocaste, te equivocabas… Nada cambió. Y si algo mudó, fue para peor… «Por ir al norte fue al sur./Se equivocaba» –escribió Rafael, el poeta gaditano-. Semi pasada la pandemia, el hombre viejo emergió de nuevo y, según sus atávicos usos y maneras, dio preferencia a los intereses propios antes que a los colectivos. Se equivocaba. El botellón prevalecía sobre la vida ajena; el concepto de una mal entendida libertad sobre la supervivencia de un anciano; el borreguil «negacionismo» sobre el bien común…

- ¿Tu crees? –te preguntas retóricamente-.

Lo crees: los políticos sinvergüenzas siguen mintiendo sin vergüenza, contradiciéndose a pesar de papá Google, con desfachatez, que no hiere lo del «donde dije digo, digo diego» si uno cuenta aún con el calor de la poltrona y el antidepresivo de un abultado saldo bancario… Que la incoherencia no importa, ni ella ni tantas otras cosas… Lloráis por la tonadillera que la ha espichado y os la trae al pairo la muerte de un menor de quince años, cada cinco segundos, en el mundo… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Uno más… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Otro… A la postre, no conforman esos seres sin aurora ningún grupo de presión… Uno, dos, tres, cuatro, cinco… Paz Padilla está, en este domingo eternamente repetido, deprimida porque su hija se independiza y se marcha del nido familiar. Así reza una conocida revista…

Las eléctricas (¡qué sorprendente y rauda conversión la delizquierdista' Carmona!) y las multinacionales siguen, al fin y al cabo, en su teatrillo de marionetas, moviendo los hilos de vuestras vidas, vía nuevas tecnologías. Nadie conoce a nadie. Pero algunos lo saben todo de todos. El enemigo carece ya de DNI. En el mundo    oscurecido, el débil, más indefenso, desconoce, incluso, a su patrón… Las mentiras institucionales, sociales y personales continúan y la hipocresía arrecia bajo el disfraz y excusa de lo «políticamente correcto». Como diría Lincoln, «el hombre que asesinó a sus padres pide clemencia con el argumento de que es huérfano»… Miles de amigos en las redes, pero únicamente uno o dos en la dificultad…

Se abona la incultura, se mima la irracionalidad, se riega la pasión visceral, se premia al alelado, se subvenciona el voto, se alaba al influencer, se elogia al tecnológicamente preparado, aunque no tenga nada que decir, se maltrata la naturaleza y se insulta bajo la bandera de la sinceridad, ese regalo que, según Warren Buffett, es muy caro y, por tanto, no hay que esperarlo de las personas baratas… Sinceridad te doy, sí, que para mí no quiero… Parafraseando a Bécquer: «¿Quién fue sincero contigo?... Un fiel amigo.../ Me hacía un gran favor.../ Le di las gracias».

Y la letra de «Cambalache» que sigue viva…

Después de lo padecido con la covid, ¿Qué más habrá de sucederos para que, de una puñetera vez, optéis por adecentaros y adecentar el local?

Uno, dos, tres, cuatro, cinco…

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