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Una tarde a setas

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No somos pocos los que la pejiguera de la pandemia nos ha dejado la cabeza muy malamente, aunque de tarde en vez, se me libera el horizonte de obstáculos y puedo pensar en un feliz pretérito de cuando con plenas facultades físicas recorría las mejores zonas de fauna silvestre de la península ibérica, extasiado ante la rara oportunidad de poder encuadrar un corzo en la cruceta de mi objetivo, o un imponente macareno, el viejo jabalí que de tarde en vez conseguía cortarle el rastro muy marcado en la solana donde tenía el encame, era la inteligencia del animal salvaje y la del hombre, que a veces inocente, creía saber más que él. Aquel día iba como loco en su busca para intentar «cazarlo» con el objetivo de mi cámara, por la noche había llovido, así que sus huellas estarían marcadas en la tierra con tempero.    Pero una cosa es lo que uno desea y otra muy distinta la que luego realmente pasa, porque lo primero que vi, fue un flamante Land Rover, que venía enfilado hacia mí. Conocía de oídas a las dos personas que iban en el todo terreno; el que conducía era conocido como «cabeza de hierro», lacayo para todo del señor de aquella propiedad, Don Faustino Miralrío del Señorío de Los Canes, quinto señor de la Heredad, que le venía, no sé porque favores de un rey de las Españas.    Estaba pues, ante dos dinastías: los «cabeza de hierro» que habían sido lacayos de los «Miralrío» del Señorío de los Canes generación tras generación. Había oído hablar de ellos en la vieja bodega donde se reunían tempraneros cazadores y furtivos, fotógrafos de fauna, trabajadores que iban a sus peonadas, y de allí cogí conocimientos sobre esos dos personajes.

- ¿Y tú qué coño haces aquí? me espetó «cabeza de hierro».

- ¡Bueno… Bueno! terció el señor del Señorío de los Canes ¿Y tú quién eres? Y ¿Cómo te llama tu madre?

- Pues mire usted, yo soy José María Pons Muñoz, pero mi madre no se anda por las ramas y me llama hijo.

- ¿Tú sabes que estás en una propiedad privada? ¿Tú sabes que estás dentro de un vedado de caza?.

- No tenía el gusto, mentí de una forma la verdad bastante tonta y nada convincente.

- ¿Y qué haces por aquí ya casi de noche José María?         

- Pues, mire usted don Faustino, estoy a setas.

- ¡Qué….! Chilló «cabeza de hierro».

- Pues sí, a ver si doy con unas cantharellus cibarius, o sea unas cames seques que decimos en Menorca.

- ¡Anda ya! ¿Te has pensado que somos tontos del culo gañán? Me soltó «cabeza de hierro».

- No va usted a encontrar setas José María porque no estamos en temporada y además no ha llovido ni para que las ranas se laven la cara, dijo don Faustino.

Pues me han dicho que por aquí hay alguna seta.

- Y melones estando tú, y melones, repitió «cabeza de hierro».

- Yo no le quitaba el ojo al precioso rifle que aquel señor con corbata llevaba sobre las rodillas.

- Bueno, bueno, dijo don Faustino del Señorío de los Canes, quinto señor de todo aquello que les había servido a los primogénitos de aquella Heredad para vivir sin dar un palo al agua. Pues nada José María, a ver si encuentras alguna seta.

- «Cabeza de Hierro» no pudo resistir decir la última palabra.

No se te ocurra volver por aquí gañán, espetó.

Aún anduve un rato haciéndome el remolón como si de verdad anduviera a setas y pensando en el papelón que acababa de hacer y en el magnífico rifle que lleva sobre las rodillas el señor del Señorío de los Canes, hasta que un buen rato después, retumbó en la solana un disparo seco que habría jurado que así «ladran» los rifles ingleses.

Un año más tarde  en el magnífico Teatro de la Universidad de Guadalajara, iba yo con María a la presentación de un libro de caza, cuyo autor me pidió que dijera unas palabras. Recuerdo que empecé haciendo referencia a Don Antonio Covarsi, el gran montero de Alpotreque

Imponía aquella sala, en verdad grande, que estaba de vote en vote. Al salir del acto, una voz educada a mis espaldas dijo: ¡Grande don José María, grande! Era don Faustino Miralrío, señor del Señorío de los Canes, a la que otra voz inconfundible atemperada en vasos de cazalla mañanera añadió: ¡Anda coño don Faustino! dijo, mire a quién tenemos aquí,  al de las setas.

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