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Contigo mismo

Cuando te estés ahogando

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El día no amaneció bien. Mientras intentabas calzarte, tu televisor te vomitaba encuestas, noticias, sondeos y un largo etcétera que no dejaban al hombre en buen lugar…» Un especialista en energía nuclear afirmaba que, «gracias» a ella, se podía destruir el mundo setenta y nueve veces. Por si os quedabais en setenta y ocho y, pues eso, ¡qué todavía teníais una oportunidad más! Mientras intentabas ganar la batalla con tu calcetín, te preguntaste qué animal sería tan estúpido como para poner su hábitat en juego, sin poseer alternativa alguna… Y, de repente, te habló El Nini de Las Ratas, reiterándote lo ya leído, lo ya sabido, pero no asumido por tantos, por demasiados: «¡De eso no sé, eso es inventado!» O del propio Delibes –ya saben ustedes de tu querencia por él- cuando exclamaba en su discurso de entrada en la RAE: «Es necesario revitalizar los valores humanos, hoy en crisis,    y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia. He aquí mi credo y, por hacerlo comprender, vengo luchando veinticinco años.»

Habías vencido. Te habías calzado. El televisor te mostraba ahora imágenes de una encuesta realizada en Callao. A un chaval se le preguntaba si conocía el significado, entre otras, de la palabra utopía. El adolescente no sabía, no contestaba. El locutor, amable, utilizaba sinónimos: quimera, ideal… Acabó por explicárselo… El muchacho, en esa tesitura, exclamaba    algo parecido a un «¡Menuda chorrada! ¡Qué cada uno se las apañe!». Callao –que no Ayuso ni Iglesias-, plaza de cines, encuentro de razas, escuela de tolerancia, de charlas en bordillos, de gentes sencillas que, ¡joder!, ya hacen bastante con sobrevivir, como, más o menos en todas partes (el portero del bloque de pisos, el que vende el pan, el que mira un calendario y su saldo bancario y se pregunta si llegará) fue, entonces, menos Callao. Y nueva pregunta a ese adolescente: «¿Y si te ahogaras? ¿No agradecerías una mano amiga?»

¿Qué estáis haciendo mal?

Porque, a la postre, no sé si te asusta más esa energía atómica o la incultura o la insensibilidad de quien puede pulsar un botón o la falta de empatía de un chico que piensa que, al fin y al cabo, el mundo es su ombligo…

¿Y si de una puñetera vez os entendierais?

Y vuelves a Delibes: «Esta sed insaciable de poder, de elevarse en la jerarquía del picoteo, que el hombre y las instituciones por él creadas manifiestan frente a otros hombres y otras instituciones, se hace especialmente ostensible en la Naturaleza. En la actualidad, la abundancia de medios técnicos permite la transformación del mundo a nuestro gusto, posibilidad que ha despertado en el hombre una vehemente pasión dominadora.» Esas palabras, luminosas, premonitorias, fueron escritas en 1976…

Y, puestos a citar, es Albert Einstein quien tiene la palabra: «Cuando me preguntaron sobre alguna arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica, yo sugerí la mejor de todas: el amor»

Pues eso…

Quién te/os podrá salvar de la locura de quienes os gobiernan y bailan mientras su pueblo padece, quién os podrá salvar de presidentes con tupé de  repugnante amarillo tinte desteñido, quién os podrá salvar de tanto emirato cimentado en la miseria de sus súbditos, quién os podrá salvar de tanto imbécil metido a político y que os mira con desprecio y de soslayo cuando sois vosotros quienes le dais de comer… ¿Quién? Y será, curiosa y precisamente, ese chaval. Si invertimos en Educación, en su educación. Y el pronombre es importante, como en la última estrofa de Machado en «A José María Palacio.» Nunca un pronombre tuvo tanta fuerza. Porque, tarde o temprano, no podrás calzarte ese calcetín, y sabrás –sabes- que el futuro ya no es tuyo, sino el de ese chico que    no supo de utopías y quimeras, cuando entienda y le den a entender (aunque eso nunca interese) que cuando se ahogue, os ahoguéis, buscará/buscaréis, siempre,    las salvadoras manos que tienen por nombre respeto a la Naturaleza y solidaridad… Y amor. Espero que las encuentre y las dé. Os va mucho en ello…

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