La invasión rusa de Ucrania, que es la denominación correcta frente a las pancartas tan panolis como bien intencionadas de no a la guerra, ha sacado los colores a unos y ha abierto los ojos a otros. Entre los primeros están aquellos proyectos como Podemos, inspirado en el rancio comunismo, o el separatismo catalán, que buscó apoyo tecnológico en la piratería informática que despliega el régimen de Putin para desestabilizar las democracias consolidadas al otro lado del muro, como se decía cuarenta años atrás.
Entre los segundos, aquellos que han recibido una sacudida de realidad, debe hallarse nuestro presidente. Pedro Sánchez está incómodo con los socios que le ayudan a mantenerse en el poder, los tiene porque es legítimo pactar con cualquiera entre los que alcanzan representación parlamentaria -otra cosa es la moral- y, sobre todo, porque no tenía alternativa.
La invasión rusa ha retratado a unos y otros y es la oportunidad de Sánchez, superado ya el ecuador de la legislatura, para romper el pacto de gobierno y quedarse solo. Nada aportan los cuatro ministros podemistas salvo fatiga, gasto y peroratas y le restan protagonismo internacional, donde ha sido ninguneado otra vez porque ni Biden ni los líderes que en el mundo quedan se fían de un ejecutivo del que forman parte teloneros de Putin. Por otra parte, el relevo en el liderazo del PP, con un Feijóo más centrado y estadista, le ofrecerá colaboración para aprobar los próximos presupuestos y leyes importantes. Le permitiría ponerse a la altura de la Grosse Koalition alemana.
Las circunstancias le ponen la estrategia a huevo, pero me da que el miedo a la calle, que reúne todos los elementos de polvorín por la escalada de precios y solo necesita la mecha que encendería Podemos fuera del Gobierno, libre para la agitación, su papel natural, le frena.