Las cosas no van como tendrían que ir y eso lo sabemos todos sin necesidad de ser expertos analistas. Cuando las legumbres que te has comido al mediodía les da por alzar la voz sin pedir audiencia y te pilla descolocado, es decir sin lugar íntimo y cerrado donde acudir en busca de paz y sosiego, es cuando te acuerdas no solo del invento sino también del inventor. No es raro por consiguiente que en la primera época de la pandemia la gente llenara sus carros casi más de papel higiénico que de legumbres. Ahora está pasando algo parecido pero con el aceite de girasol que se agota en las estanterías de los super porque todo ser viviente, emulando a la procesionaria del pino desfila carrito tras carrito en busca de una salvación mal entendida. Porque hemos pasado de casi no mirar una botella de ese aceite a apoderarnos de ella como si fuera oro en paño y hasta casi llegar a las manos en la lucha por llevarse la última.
Y eso para qué nos preguntamos muchos, ¿por la guerra de la de fuera o de la de dentro? ¿Es que nos vamos a tomar el aceite a morro como si fuera un botellín de agua en pleno desierto, botella tras botella? Pues si es así, ustedes me perdonarán, pero acabaremos volviendo al super a llenar nuestros carritos de papel higiénico, porque no hay nada más lubricante que una buena dosis de aceite. ¿Existe otro camino menos traumático y embarazoso?. Pues sí, que quienes manejan nuestras riendas se decidan a hablar menos y a poner en marcha las soluciones, pero ya, no para la semana que viene. Hay mucho gremio parado, precios disparados y no por ganas sino por falta de carburante y a precio ajustado. Si queda paralizado el que tiene que traernos las legumbres y el que pesca, ya sabemos lo que puede pasar y eso huele mal, pero que muy mal.