Con la pandemia se adoptaron restricciones para frenar el coronavirus como la de poner distancia a la hora de encender un cigarrillo o no hacerlo caminando, porque el humo podían respirarlo otros y contagiarse. La prohibición de fumar en terrazas de bares y restaurantes llegó en agosto de 2020 y lo hizo para quedarse, a la espera de que el Gobierno ultime la reforma de la Ley Antitabaco y bajo el paraguas normativo de la alerta sanitaria. Eso sí, su cumplimiento se ha relajado y mucho; el lío de medidas entre comunidades y países, cuando se trata de un territorio turístico, no ha ayudado nunca a mantener un control y menos ahora, que todo el mundo se ha relajado. En cuanto a las playas, no hay prohibición expresa, existe el programa de playas sin humo promovido por Salud Pública que en Menorca cuenta con solo cinco playas adheridas: cuatro en Sant Lluís y una en Ciutadella.
Es una recomendación, pero no se puede sancionar al vecino de toalla si te echa el humo encima; también se aguarda que aborde esta cuestión la legislación estatal. Ahora la Sociedad Española de Salud Pública, de la que es portavoz el epidemiólogo menorquín Ildefonso Hernández, manifiesta su preocupación por la parálisis en la implementación del plan de prevención del tabaquismo y advierte que la falta de nuevas medidas en la última década ha hecho que España retroceda en el ranking de políticas para el control de este consumo nocivo para la salud propia y ajena. La Asociación Española Contra el Cáncer va más lejos, su presidente Ramón Reyes, reclama la actualización urgente de la ley de 2010 y asegura que «España es el estanco de Europa», por el precio más barato del tabaco, y tiene que dejar de serlo. No es tan complicado ejercer el derecho a fumar donde no perjudiques a otros, echemos la vista atrás, a los tiempos en los que el compañero de oficina acumulaba colillas o cuando salir una noche de fiesta equivalía a regresar a casa con olor a cenicero. Hemos avanzado y se debe lograr que más espacios públicos y naturales sean sanos y sin humo.