Y ya también pasaron los Reyes Magos, como las navidades y un montón de cosas más. A veces me gustaría tener algo de magia, una magia especial, para poder parar el tiempo y con una moviola poder incluso rebobinar y revivir esos momentos especiales que he dejado atrás, detenerme en ellos y saborearlos porque estoy seguro que con las prisas más de un detalle importante, algún sueño a medio despertar se me quedó colgando en alguna nube. Siempre he sentido un cariño especial por el día de Reyes, imagino que es debido a esa especie de interruptor que llevamos dentro y que nos permite descender algo a nuestra pasada infancia.
No sé a ustedes pero a mí no se me caen los anillos por reconocerlo. Esos momentos en que observamos a los más pequeños boquiabiertos, con ojos desorbitados rasgando a manotazos los papeles multicolores que envuelven sus deseos, no tienen precio, son únicos. Es una lástima que en nuestro calendario estos días estén contados y que no tengamos la oportunidad de volverlos a celebrar. Deberíamos salir de vez en cuando en busca de pastores, cabras, ríos, puentes y pedir prestados tres camellos y hacer Reyes por un día a quien sea y soltarlos por campos bajo estrellas para que se orienten. No sería necesario que fueran magos porque al fin y al cabo, la magia ya correría por nuestra cuenta.